Un imprescindible

Polosecki: el periodista que sigue vivo a pesar de que lo pisó un tren

Frente a una lógica que oscilaba entre la publicidad disfrazada de prensa y el progresismo de "tirapostas" seriales, Fabián Polosecki se plantó con voz propia. Después, en diciembre de 1996, se arrojó a las vías del ferrocarril. Bosquejo de un tipo único.

Facundo García
Facundo García domingo, 2 de mayo de 2021 · 07:03 hs
Polosecki: el periodista que sigue vivo a pesar de que lo pisó un tren
Foto: https://www.facebook.com/polosecki

“El joven periodista Fabián Polosecki se suicidó ayer por la tarde al arrojarse bajo un tren del ferrocarril San Martín”, comienza la necrológica que escribió algún diario cuando se supo que Polo había muerto. Después le pasó por encima otro tren, el de los medios, que fue borrando su presencia y su recuerdo. Hoy, muchos estudiantes de periodismo ni lo junan.

¿Por qué se mató Polo y por qué recordarlo hoy? La memoria es caprichosa. E inoportuna. De pronto uno se encuentra un domingo en la madrugada pensando en él aunque no lo haya conocido personalmente. Quizá porque se tiende a pensar en aquello que nos falta.

Y no es fácil poner los primeros trazos para un retrato. A lo mejor vale la pena comenzar por esta foto:

Menéndez, sacado, intentando matar a Polosecki.

La imagen es del 21 de agosto de 1984: el represor Luciano Benjamín Menéndez fue a Canal 13 para que lo entrevistara Bernardo Neustadt. Cuando salió, varios pibes lo encararon gritándole que era un cobarde y un asesino. Testigos dicen que uno de los que más gritaba era precisamente Polo, y que Menéndez sacó su puñal dispuesto a matarlo. El fotógrafo Enrique Rosito estaba ahí para capturar la instantánea.

Así que ese, el que está gritando fuera de cuadro, es “Polito”. Tenía sólo 20 años.

Barco de papel

"Muchos programas periodísticos se basan en la persistencia de códigos de comunicación que tienden a consolidar prejuicios, ya sea de manera progresista, elitista, reaccionaria o popular" (Polo).

Nadie que haya trajinado los arrabales puede decir que no conoció a Polosecki. Es uno de esos fantasmas que va a la sombra de cualquier caminante solitario, como Rimbaud, Baudelaire o -desde la ficción- el desangelado Philip Marlowe.

Porque ese registro de los bordes de la ciudad y la cultura era el que apasionaba a Polo. Y tras foguearse en Radiolandia -una revista que era furor en los salones de peluquería- ingresó al diario Sur en 1989.

Aquel diario estaba bancado por el PC y por Alemania Oriental, que mandó un barco lleno de papel de periódico en un intento por financiar un medio afín al bloque soviético en estas latitudes. Con ese papel se iban largando las ediciones cada mañana.

El proyecto se imprimió desde el 13 de abril de 1989 hasta el 28 de diciembre de 1990 -básicamente, hasta que se agotó el papel-; mientras iban cayendo como fichas de dominó los gobiernos del llamado “Socialismo Real”.

Al ritmo de esa hecatombe política, Polo iba madurando su voz; con un tono oscuro pero no quebrado.

Cuentan que una tarde el editor jefe, Isidoro Gilbert, ingresó a los gritos, se plantó entre los periodistas y el humo -todavía se fumaba mucho en las redacciones- y bromeó: “¡paren las rotativas! ¡La noticia de hoy... es que no se cayó ningún gobierno comunista!”.

Cuando cerró Sur, muchos periodistas se llevaron las máquinas de escribir a sus casas. Polo fue uno: le faltaba redactar su capítulo final.

El otro lado y El Visitante

“Durante algunos años trabajé de periodista. Un día, no sé cómo, todos los jefes de redacción se dieron cuenta al mismo tiempo de que podían arreglarse sin mí. Ahora escribo historietas absurdas sobre historias verdaderas. No me va mucho mejor, pero se conoce gente…”.

Así comenzaba el primer programa de televisión de Polosecki. Algo habrá visto Gerardo Sofovich -que por entonces dirigía el Canal estatal ATC- en ese muchacho de cara elegante y mirada filosa, ya que a poco de contactarlo lo puso a la cabeza de El Otro Lado (1993-94), que tendría su continuación con El Visitante (1995).

Eran programas rarísimos, entre la novela negra y el documental. Y su continuidad fue, como escriben Hugo Montero e Ignacio Portela, “una bellísima saga de historias subterráneas sobre gente común” (Polo, el buscador, Sudestada, 2010). Un ejercicio de antiperiodismo, en la medida en que el periodismo "normal" se consolidaba como una máquina de fabricar excusas para sostener la injusticia planificada

Frente a eso, Polo reclamaba para sí otros tiempos. Escuchaba lo que le estaban diciendo, lo sopesaba y recién ahí respondía, con una profundidad que lo volvía casi insondable.

Como señaló Marcelo Birmajer, que lo frecuentaba por esos días: “Polo sabía encontrar el nudo de las personas, y aunque el personaje no fuera tan escandaloso, el espectador se quedaba no con la sensación, sino con la certeza de que ahí alguien estaba contando su historia más profunda...”.

Acaso porque tras años de militancia Polo sabía bien que la “bajada de línea” y el juicio fácil son atajos para idiotas, su programa dejaba siempre más interrogantes que respuestas. Como su muerte.

Una sensibilidad huérfana

La cadencia de Polo se escucha en otro de sus capítulos:

“Hay algo peor que la angustia de la página en blanco. Algo peor que no tener historias que contar: es haber oído demasiadas, y no poder olvidarlas”.

Los cronistas, se sabe, viven muchas vidas. Hay quien atribuye a ese peso de lo vivido este derrumbe de una de las voces fundamentales del periodismo argentino. Otros opinan que tal visión es un giro romántico, una ilusión, y que a Polo lo mataron problemas psicológicos que arrastraba desde mucho antes.

Pero por debajo, su existencia insiste en la pregunta: ¿es posible todavía ser sensible en un mundo que se cae a pedazos? Tarde o temprano, cada ser humano elabora su respuesta. Polo seguramente meditaba en la suya. 

Desde su muerte, se ha escrito mucho y bien sobre Polosecki. Incluso algunos que han publicado cosas sobre él también han muerto. De hecho, Hugo Montero, uno de los autores de la biografía Polo, el buscador, falleció hace poco por complicaciones tras contraer covid.

Y hoy que la coyuntura avanza mucho más rápido y más dolorosamente que en los tiempos de Polo, estas líneas un poco atolondradas pretenden invocarlo. ¿Una oración hereje? Puede ser. Polo anda por ahí, eso está claro. Si no estuviera, no sentiríamos que nos habla al oído cada tanto, ayudándonos a entender a este circo de psicóticos.

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