Pobreza

Llegar a la vejez en la indigencia tras una vida de trabajo: la realidad de los adultos mayores en Mendoza

El contexto de crisis económica golpea con fuerza a los sectores más vulnerables, entre ellos, los jubilados que viven de la jubilación mínima. La realidad de Atilio y Raquel, dos mendocinos que aportaron a un país que hoy poco les devuelve.

Zulema Usach
Zulema Usach domingo, 23 de abril de 2023 · 11:13 hs
Llegar a la vejez en la indigencia tras una vida de trabajo: la realidad de los adultos mayores en Mendoza
La pobreza y la indigencia golpean con fuerza a los adultos mayores.

Todas las tardes, a Don Atilio se lo ve caminado las calles del barrio. Va a paso lento; cada movimiento parece dolerle y lleva con él un carrito de compras en el cual carga algunos paquetes con rollos de bolsas de residuos. "Señora ¿quiere bolsas?", dice en la puerta de la verdulería. Espera que, una vez que en los negocios hagan el cierra de las cajas, alguna propina o remanente de mercadería (cualquiera sea), le sea entregada. Dice que no quiere llegar a su casa con las manos vacías, pues lo espera su esposa, cuya enfermedad la tiene postrada en una cama.  "Hago todo lo posible para que no nos falte nada; yo estoy muy acostumbrado a trabajar y todo lo que sea ayudar a mi señora es para mí muy importante", dice. El hombre es querido en el barrio Parque de Godoy Cruz por todos: Tiene 93 años y hace más de 30 que alquila la casa donde vive.

Atilio no escucha bien. Pero mira con atención los gestos y responde cada vez que le preguntan algo sobre su vida. "Toda mi vida trabajé; siempre nos sacrificamos mucho, desde chicos", alcanza a decir después de vender a un vecino unas bolsas por 300 pesos. Con lo que logra recaudar del recorrido de venta, luego, se acerca a la despensa del barrio y compra algunas alitas de pollo, unos bolitos de pan y un pedacito de queso. Ya está anocheciendo y sabe que debe regresar a casa, pues la inseguridad es un tema que siempre le ha preocupado; ahora más. El hombre forma parte de la minoría que en Mendoza ha sobrepasado los 90 años de edad, pero es uno entre las cerca de 350 mil personas que en Mendoza dependen de su jubilación para poder satisfacer sus necesidades.

A Atilio, ni el reciente aumento en las jubilaciones anunciado por el Gobierno Nacional para que la mínima llegue a 73.665 pesos, ni tampoco el bono de 15 mil pesos que se pagará con la idea de mitigar los efectos de la inflación, le alcanzan. Tampoco a los/las trabajadores/as que hoy no pueden concebir la etapa jubilatoria como un "goce": el monto mínimo establecido es similar a los 74.689 pesos que la Dirección de Estadísticas e Investigaciones Económicas de Mendoza (DEIE) publicó el jueves 20 de abril como parámetro para medir la indigencia.

Entre las góndolas del supermercado, Raquel avanza con su carro despacio. Revisa los precios, mira opciones. Compra solo lo mínimo indispensable: una leche, un paquete de yerba y algo de carne. "Es un desastre, cada centavo hay que medirlo; esta situación es tanto o más crítica a la que hemos vivido en otras épocas", se queja mientras elige un repuesto de detergente en sachet.

Raquel, como tantas otras personas que cobran la jubilación mínima, hace "malabares" frente a la inflación.

Raquel tiene una mirada profunda y a pesar de la complejidad del presente desde el punto de vista económico, sonríe; su tono es amable. No es la primera vez que ha tenido que relegar gustos personales para poder atender la urgencia. Y reconoce, que la situación la tiene algo cansada. Tiene 81 años y carga con tres enfermedades crónicas: hipertensión, artrosis, problemas en vasculares que le provocan dolor en las piernas y hace unos años necesitó de una cirugía en la cadera que en la actualidad le sigue provocando dolores intensos.

Cada mes, cuando cobra la jubilación, lo primero que hace es cubrir los gastos de remedios, pese a que tiene PAMI. Otra parte la destina a preservarse los artículos necesarios para su higiene personal y el resto lo distribuye en compras pequeñas de mercadería que va realizando en la semana.

"Solo en pañales se me van 10 mil pesos; me quedó una secuela de una infección urinaria que tuve hace un tiempo y los riñones empezaron a fallar", confiesa Raquel y agradece haber podido lograr tener un techo propio. "Si pagara alquiler no sé que haría", dice y vuelve a sonreír, como desprendiéndose de la carga negativa que plantea la propia realidad. Solo cambia el gesto de sus ojos cuando comparte que su esposo murió hace dos años, pues con él compartió la vida. "Él era empleado de la Caja Nacional de Ahorro y Seguro; siempre nos acompañamos mucho y también nos esforzamos", comparte Raquel, mientras se despide y se dirige a la línea de caja.

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