Postales históricas

Terremoto de 1861: a 162 años de una trágica enseñanza

La catástrofe que destruyó Mendoza en 1861, fue más allá del dolor y las pérdidas, un hecho fundante, estructural y cultural. Histórico.  

Gustavo Capone
Gustavo Capone sábado, 25 de marzo de 2023 · 21:30 hs
Terremoto de 1861: a 162 años de una trágica enseñanza
Ruinas de San Francisco

Parece repetido, pero es histórico. Los ciclos productivos de todas las labores culturales y económicas vendimiales de Mendoza son repetidas. Hasta aburridas, dirán los necios. Las mismas estaciones, los mismos meses; por eso son históricas. Porque son irremplazables. Como el inicio de clases; las festividades; las efemérides. Como todos los hitos fundantes de nuestra identidad, y vaya paradoja otra vez: la catástrofe que destruyó Mendoza en 1861, fue más allá del dolor y las pérdidas, un hecho fundante, estructural y cultural. Histórico.  

Quisiera apelar además al oficio que ocupó mucho tiempo de mi vida, paralelamente al de ser docente: el oficio de historiar y divulgar (muchas veces antojadizamente) lo que pienso debería quedar en la memoria colectiva. Reiteraré en este texto un buen ejemplo de cómo, por qué y desde dónde, a mi entender, Mendoza creció en una instancia calamitosa.

El historiar nos permite poner en valor recuerdos del pasado apoyándonos en notas de aquella coyuntura que tienen un fuerte impacto presente. Será desde el recuerdo del terremoto del 20 de marzo de 1861. Su conmemoración sucedió hace días.

Dicho hecho es un buen pretexto que nos posibilitará destacar un costado histórico, no muy difundido, de la tragedia: la relevancia que históricamente ha tenido la educación en Mendoza y la importancia de tener objetivos claros, haciendo lo que hay que hacer.

Ante un terremoto, educación y políticas de estado

Mendoza tras ese terremoto quedó devastada. Paralizada. Sumergida en un caos. Y aunque los temblores habían castigado históricamente la región, aquella “ciudad de barro” que tenía 300 años desde la llegada del español (1561) quedó hecha una gran montaña de adobes en solo unos segundos. Había que empezar de nuevo; y si bien los terremotos eran moneda corriente en nuestra provincia, a lo largo de tres siglos, nunca nadie se había hecho cargo de nada concreto para evitar las consecuencias de la tragedia.

Después del terremoto de 1861, Mendoza debió ser reconstruida en su totalidad. Para peor, la catástrofe encontró a la provincia envuelta en medio de la profunda crisis institucional que vivía el país. Eran los tiempos convulsionado de puja entre la Confederación y Buenos Aires zanjados en la Batalla de Pavón durante setiembre de 1861 con el triunfo de Mitre.

El terremoto mendocino, aquel último día del verano de 1861, destruyó la capital provincial, causando la muerte de 4.247 personas y cerca de 1.000 heridos, entre una población estimada de 11.500 vecinos. Con estas cifras y daños, se consideró al terremoto mendocino como una de las catástrofes más desastrosas de ese siglo en todo el mundo, y sin dudas la mayor hecatombe natural del país durante el siglo XIX. Mendoza fue arrasada, y a la desorientación política e institucional se sumaron incendios, epidemias, vandalismo y saqueos.

Un objetivo: las escuelas de pie

Había que establecer prioridades y optimizar los recursos. ¿Por dónde empezar? A los diferentes proyectos sobre dónde llevar adelante el trazado del nuevo centro urbano, se sumó el latente y lógico problema político y sanitario. La antigua ciudad enclavada históricamente desde tiempos hispánicos entre el canal Tajamar (por calle San Martín) y el Zanjón (canal cacique Guaymallén) quedó enterrada para siempre. El sector dirigencial quedó absolutamente diezmado por las muertes y renuncias.

Las familias abandonaron la destruida ciudad en busca de lugares más seguros en el interior provincial y la desorientación fue notoria ante la catástrofe. Mientras tanto, muchos huérfanos desvalidos buscaban refugio en familias sustitutas.

El sistema educativo oficial no funcionó durante dos años. Es decir, durante los años 1861 y 1862, no se dictó instrucción pública oficial en casi toda la provincia.  Las escuelas que existían se cayeron, y las escasas que se mantuvieron en pie fueron utilizadas como circunstanciales hospedajes u hospitales de campaña. Pero nada de eso hizo que después de la lógica zozobra del primer momento, en forma espontánea, comenzaran las actividades de la mano de voluntarios maestros en lugares seguros. Desde setiembre de 1861 hay registro de actividades educativas en plazas, casas de familias, a la vera del río Mendoza o abajo de algún árbol.

Un hecho institucional y político ayudó en la dura circunstancia. Mendoza había sancionado su nueva Constitución en noviembre de 1854. Fue la primera de las “constituciones provinciales” del país, después de sancionada la Constitución Nacional de 1853. 

Dicha constitución mendocina estableció algo novedoso sobre las autonomías municipales. En el “Capítulo Séptimo: Sobre el Poder Municipal / Administración Departamental”, se dispuso que las escuelas primarias estuvieran en dependencia directa de los municipios y estableció que la administración de los fondos de la instrucción pública corriera por cuenta de cada municipalidad. La circunstancia hizo que algunas escuelas departamentales se mantuvieran abiertas al haber sido menos traumático el sismo en el interior provincial que en el centro capitalino. 

Mientras tanto la administración central priorizó un plan de reordenamiento territorial provincial, para el cual, el desarrollo urbano contemplaba la aprobación de la creación de múltiples escuelas en la provincia y el direccionamiento de fondos recibidos prioritariamente a la educación.

Las escuelas estarían cerca de las plazas y contarían con un amplio patio como resguardo de la ciudadanía ante posibles futuros sismos, con grandes entradas y amplios sistemas de conservación de agua. “Las veredas y calles anchas de Mendoza son un reflejo también de aquella planificación”. (Ing. Mauricio Japaz).  

En paralelo, y superando complejos momentos políticos, el nuevo gobernador Carlos González Pinto (1863 – 1865) recibió una partida de $11.500 de la Comisión Filantrópica de Buenos Aires que destinó totalmente a la construcción de 23 escuelas. También la provincia de Entre Ríos aportó $12.000, más otras ayudas recibidas de distintas provincias y de países como Chile y Perú.

Todo se sumaba al decreto del 19 de abril de 1864 que había dispuesto el surgimiento de las "Escuelas Fiscales”. Por ende, las escuelas se multiplicarán, llegando al año 1865 con la apertura de 34 nuevas escuelas oficiales y 6 particulares. Habían pasado solo 4 años del fatídico terremoto.

Sistema educativos modelo

El profesor Benjamín Lenoir, cuñado de Domingo Faustino Sarmiento, fue nombrado por el gobernador González Pinto al frente de dicho emprendimiento como “Inspector de las Escuelas Fiscales”, llegando a contar el sistema educativo por ese año (1865) con 1.784 alumnos matriculados en las “oficiales” y 547 en las “particulares”.

Domingo Faustino Sarmiento.

Paralelamente, y como excepción, se recibieron chicos de meses que habían perdido sus padres o que sus familiares no podían cuidarlos en las horas laborales (antecedentes de los actuales S.E.O.S. de la DGE) bajo un sistema de tutores voluntarios. Fueron las injustamente olvidadas “abuelas del terremoto” quienes apuntalaron la tarea indispensable de los maestros.

La importancia del tema educativo posterior al trauma del terremoto se siguió manifestando: el gobernador Nicolás Villanueva (1867 – 1870), para ejercer un mejor control y supervisión sobre los establecimientos educativos creó en 1867 el “Departamento General de Escuela”; y en 1872, su primo Arístides Villanueva, también gobernador, impulsó la “Superintendencia General de Escuelas”, nombrando como primer secretario a Daniel Videla Correas.

Se constituyeron las “Comisiones Escolares de Distrito”, un antecedente directo de los actuales Consejos Municipales de Educación y de las delegaciones regionales de DGE, conformados por dos miembros titulares y un suplente en cada departamento. Su amplia gama de actividades comprendía entre otras funciones, las de proponer la creación de establecimientos nuevos: su edificación, ubicación y presupuestos. Además de contratar docentes, según fuera necesario en la medida que no violará cualquier norma “reñida con la moral y las buenas costumbres” ostentando prioritariamente el título de preceptor (maestro).

Pero además el organismo debía estimular la creación de bibliotecas, asesorar al gobierno provincial sobre “mentes brillantes, que merecieran ser becados y acordar premios para alumnos y preceptores”. Es bueno recordar que el primer decreto de la gestión de Arístides Villanueva fue visionario: becar a Agustín Álvarez para estudiar en la Facultad de Derecho de Buenos Aires.

Se dictó la Ley Orgánica de Enseñanza Primaria, que contempló la obligatoriedad para los varones entre 7 y 12 años y para las niñas entre 6 y 13 años, antes aún, que la vanguardista Ley de Educación N° 1420. También estimuló jornadas de capacitación para docentes y mejoró sus haberes. Pero lo realmente novedoso y revolucionario, fue la liberación del servicio militar para quienes desearán proseguir estudios superiores.

Las buenas cepas mendocinas

Tengamos en cuenta además que esa “generación” de pibes que nacieron en la crisis del terremoto, a los años fueron los dirigentes que pusieron a Mendoza no solo de pie, la pusieron en un pedestal. Su “obligación” en la tempestad fue ir a la escuela. Por ese 1861: Emilio Civit tenía 5 años, José Néstor Lencinas tenía 2 años, Olaya Pescara Maure 5, Rufino Ortega (h) 11, Manuel Bermejo 10, los mellizos Jacinto y Agustín Álvarez tenían 4, Julián Barraquero 5, Julio Leónidas Aguirre solo 2, Abel Biritos 11, Conrado Céspedes 2, Francisco Álvarez tenía 7, María Mercedes Day tenía 2 años (será la mamá de Frank Romero Day), Isaac Godoy 10, Adolfo Calle tenía 7, Pedro Julián Ortiz 5. Quien fuera un distinguido médico: Adolfo Puebla tenía 9, Silvano Rodríguez (futuro gran intendente de la Capital) había nacido hacía unos meses, Francisco Borja Ozamis tenía 6, Juan Eugenio Serú 11, Rosa González (la futura esposa de Roque Sáenz Peña) tenía 10, Guillermo Villanueva 11, Francisco Julio Moyano nació a días del terremoto y José Vicente Zapata recién cumplía 10 años en ese marzo de 1861.

“La generación del puente”

Esa generación de los niños y niñas del terremoto renació desde los escombros. Se repusieron ante el empuje de los familiares que habían quedado vivos, quienes confiaron en la educación para poder construir (literal y culturalmente) una Mendoza nueva. Esos niños de 1861 serán los artífices de la nueva provincia a finales del XIX.  

Ruinas de San Francisco

El tiempo adulto de los antes nombrados los encontrará “sumando” juntos a los recién llegados. Los franceses Apatye, Giraud Billoud, Gei, Lacoste, Laur, Clement, Bombal y Sillon. Al vasco Goyenechea llegado a Mendoza en 1868; al noruego Pedro Christophersen en 1871; a los italianos Tuzzi, Scatolon, Costarelli, Pedratti, Pravatta, Coletto. Desde 1880: al peruano Luis Lagomaggiore; Gargantini y Arizu arribados a Mendoza en 1883; Toso, Rutini y Vicchi en 1884; Escorihuela, Izuel y Tomba en 1885; López Rivas en 1886; Giol y Aarón Pavlovsky en 1887, Filippini y Gabrielli en 1888, Gargiulo, César Cipolleti y Flichman en 1889; López de Gomara y la maestra norteamericana Mary Morse en 1890; Tirasso en 1891; Guiñazú en 1892; Furlotti y Calise en 1893; Norton y Carlos Thays en 1895; Carlos Fader, Mario Casale y Teodoro Schestakow en 1896; Titarelli en 1899; Catena en 1901; Roig Matons en 1907, solo por nombrar algunos, más cientos de sirios, libaneses, polacos y ucranianos que llegarán después.

Fue la sangre histórica de aquellos “niños del terremoto” que se conjugó con los inmigrantes, más las tradicionales familias criollas e indias de Mendoza, las que compusieron juntas un buen ejemplo de superación. Porque siempre dejarán las crisis, aún las más duras, enseñanzas propositivas cuando lo que aflora es la vocación sincera, el trabajo, el estudio, la honestidad y el coraje para enfrentar los cambios. Como ayer en la gesta libertadora. Como en esta “generación del puente” entre el terremoto y los inmigrantes. Eso es la mendocinidad. Guste, a quién le guste. Pero también, “haciendo”, cueste lo que cueste.

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