Cultura

Stephen Koekkoek: arte con mayúsculas

Fama, drogas, opulencia y miserias. Ingredientes de la biografía de un artista genial con una vida de leyenda que se inicia en Mendoza.

Carlos María Pinasco domingo, 8 de mayo de 2022 · 13:41 hs
Stephen Koekkoek: arte con mayúsculas

Descendiente de una dinastía con más de 15 miembros notables de la pintura de los Países Bajos, Stephen Robert Koekkoek nació en Londres, el 15 de octubre de 1887. Su padre Hermanus Jr. se había radicado en esa ciudad en 1869 y como artista tuvo un respetable éxito. Fue también un importante marchand. Se casó con una inglesa y tuvo un único hijo, a quien enseñó tempranamente el oficio. Poco se sebe de la niñez de quien sería un personaje único de nuestra pintura: quedó huérfano de madre tempranamente, se dice que fue amigo de Oscar Wilde y que su primo Hernmanus Willem, también pintor, lo guió en sus inicios en el arte.

Su llegada a nuestro país a través de la Cordillera se produce en 1914, tras haber vivido en Lima y Valparaíso y recorrido Bolivia. Se instala en Mendoza donde al año siguiente, presenta una exitosa muestra. El diario “Los Andes” publica una elogiosa y extensa nota en la que describe detalladamente muchas de las obras “de un impresionismo tan nuevo y tan valiente que atrae al visitante más profano”.

“Guaso Chileno”, de Stephen Koekkoek

Del éxito económico de la muestra y su consecuencia inmediata hay también un testimonio de la época en la florida pluma del crítico Juan José de Soiza Reilly que vale transcribir: “Koekkoek realizó en Mendoza una exposición en la que obtuvo cinco mil pesos. Se dirigía al hotel con su tesoro en el bolsillo, cuando vio en un balcón a una linda muchacha, tocó el timbre y la chica salió a recibirlo. A boca de jarro le pidió casamiento. Apareció el padre que al enterarse de las intenciones del inglés se indignó. Pero Koek sacó del bolsillo el manojo de cinco mil pesos y al día siguiente se casaron”.

Más allá de la novela, lo cierto es que Koekkoek se casa a los 27 años con Nella Azzoni, menor de edad y hermana de un conocido pintor local. Tienen un hijo (Bernardo Winkfield), pero lejos de sentar cabeza, pronto abandona su familia y retoma su vida errante.

En 1916 expone por primera vez en Buenos Aires: en Witcomb presenta marinas y puertos, la mayoría europeos (Londres, Dordrecht, La Haya y Amsterdam), canales y molinos holandeses, obras de paleta atemperada, de carácter impresionista con marcada influencia de la escuela de La Haya y de sus antecesores.

"Puerto", de Stephen Koekkoek

Suma otras exposiciones exitosas en Montevideo, Bahía Blanca y Rosario. Tiempos de euforia y lujo en los que se pasea por la calle Florida, tocado con su sombrero Stetson, traje blanco, bastón de caña de Malaca y habano se alternan con periódicas depresiones en las que se aloja en hoteles de cuarta categoría que paga con obras pintadas sobre los fondos de los cajones que desmonta antes de irse.

En 1918 en una casa-quinta alquilada de Banfield aloja a su amigo Claudio Alas, poeta colombiano a quien había conocido en Chile. Este, como resultado de una profunda depresión, se suicida después de matar al perro de Koek para que su alma lo acompañe en “la otra vida”. Koek, en una nueva recaída, se vuelca entonces a la cocaína y el alcohol.

"Cardenal", de Stephen Koekkoek

Se recupera, expone en Córdoba y en Santiago de Chile. En 1922 presenta una exitosa exposición en Lima. En su temática se incorporan las corridas de toros, sus mercados orientales se instalan ahora en el altiplano o La Paz. Vende bien, pero el dinero dura poco. Al año siguiente el Banco Municipal saca a remate ciento cincuenta y ocho cuadros firmados Koekkoek y un baúl en que el artista los había llevado para empeñar.

"Mercado", de Stephen Koekkoek

A mediados de la década del veinte, en búsqueda de sosiego, pasa una larga temporada en una estancia de Chivilcoy de su amigo Navarro Lobeira. Allí realizó un trabajo de largo aliento, que a diferencia de su producción habitual le demanda varias jornadas:  una obra para ser obsequiada al Príncipe de Gales encargada por la Comisión creada para homenajear al ilustre visitante.

“Veleros en Sol de Mayo” es una magnífica marina en que luce en primer plano una de sus famosas fragatas. La obra fue reproducida en distintos medios de prensa pero misteriosamente no llegó a manos del Príncipe.

"Desembarque", de Stephen Koekkoek

Todo es efímero en la vida de nuestro dandy: en marzo de 1926 la policía federal lo detiene intoxicado en la Plaza Lavalle y es internado en el que luego será el Hospital Borda. Allí continúa pintando. Ahora con un estilo expresionista desenfrenado, de paleta cargada con abundancia de rojos y gruesos empastes.

Ha devenido Napoleón. Entre los enfermeros del hospital elige sus mariscales y lugartenientes, se autorretrata con estampa bonapartista y la temática religiosa se vuelve obsesiva: Cristo Crucificado, las famosas procesiones, los cardenales, oraciones y altares flamígeros.

Sale a los tres meses, algo repuesto. Su amigo Carlos Orero organiza continuas exposiciones, en Gualeguaychú, en Pergamino, en Azul, en Paraná y en Córdoba. A precios bajos, su obra se vende fluidamente y Koek produce en abundancia. En 1930 presenta en Salón Chandler de la calle Florida la exposición más grande de su vida: 200 obras. Con las que no vende expone luego en Rosario.

“Crisantemos”, de Stephen Koekkoek

Progresivamente la locura se empodera de nuestro artista. Sus cartas hablan de sus triunfos: “triunfé en las Bellas Artes, como en Rivolí, Austerlitz y Marenco… mi vida ha sido un Triunfo de la Fe en mí mismo y la Voluntad en los Campos de Batallas… deseo ver a mi ejército en la Gloria de la Inmortalidad”.

El 20 de diciembre de 1934 es encontrado muerto en un cuarto de hotel sumamente humilde de Santiago de Chile, donde días antes presentó una exposición. Se habla de asesinato pero el parte médico establece un paro cardíaco, debido a intoxicación por droga y alcohol. Concluye así la trayectoria de este genio que, al igual que Van Gogh, creó un Arte con mayúsculas a partir de una tortuosa vida. La leyenda, al igual que su pintura, en cambio, permanecerá para siempre.

*Carlos María Pinasco es consultor de arte.

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