Opinión

La tragedia de la droga adulterada que ganó la agenda demuestra la inocultable ausencia del Estado

Alejandro Finocchiaro, diputado nacional por la provincia de Buenos Aires, aporta su mirada en relación a la tragedia que se desencadenó por la venta y consumo de cocaína adulterada.

Alejandro Finocchiaro jueves, 3 de febrero de 2022 · 21:20 hs
La tragedia de la droga adulterada que ganó la agenda demuestra la inocultable ausencia del Estado
Foto: Télam

Si bien no debemos caer en simplificaciones frente a un suceso tan doloroso y preocupante como multicausal, sería un gran error abordarlo como algo ajeno a la cotidianidad de nuestros conurbanos, donde cada uno de los análisis que se aborden desde allí arrojará como resultado grados de descomposición social inéditos. 

Esta vez la desgracia llegó de la mano de las drogas, pero podríamos sufrir mañana otra tragedia a raíz del transporte ilegal -verdaderas líneas de ómnibus, con recorridos, tarifas y paradas-, o por la comercialización de alimentos obtenidos sin trazabilidad bromatológica -que se expenden en la vía pública, a través de puestos alquilados por día a personeros de los municipios-, o por problemas de contaminación provocados por alguna de las miles de plantas industriales que operan sin habilitación, entre tantos otros hipotéticos disparadores.

En el conurbano bonaerense los  vecinos conviven con el narcomenudeo. Para ellos es parte habitual del paisaje del barrio. No se habla conceptualmente de “la droga”, las sustancias prohibidas llegan de la mano de personas con nombre y apellido. Personas que, en ocasiones, son empleadores de algunos de los jóvenes que viven en ese entorno. Saben donde están los búnkeres, del mismo modo que pueden señalar sin problemas el lugar de una carnicería y una despensa. Tanto es así que, en determinados horarios, son habituales las filas de los clientes. Lo saben todos menos la Policía, que a veces lo sabe y luego lo olvida, como este búnker de Puerta 8, que fue allanado en diciembre y en enero volvió a atender desde el mismo pasillo. 

Ayer se polemizaba públicamente sobre las palabras de Sergio Berni, aconsejando el descarte de la cocaína recientemente adquirida. Probablemente, se trate de una advertencia útil y que pudo haber evitado consecuencias irreparables para algún consumidor distraído. Pero, sin dudas, otras deben ser las áreas del Estado encargadas de emitir esas alertas. De los ministros de Seguridad lo que la ciudadanía espera es la articulación en territorio de todos los recursos para combatir el flagelo, no que oficien de comentaristas o dediquen tiempo a cruzarse declaraciones o posteos irónicos. ¿Cómo tomaríamos, por ejemplo, que Berni aconsejara a las señoras de alguna población postergada que eviten hacer las compras después de las 18 porque estarán estadísticamente expuestas a los asaltos?

Se hizo de la marginalidad la regla, y la gente sobrevive a este abandono como puede, por las suyas. 

Nos resistimos a naturalizar que en un territorio las instituciones argentinas no imperen, que las normas sean dictadas por las mafias. Del mismo modo que nos resistimos a normalizar la matanza en episodios que provoca a diario la inseguridad. 

Pero no es anecdótica la ausencia del Estado. El abandono de esa responsabilidad es producto de un cálculo especulativo, es fruto de una deleznable decisión. Porque un sector muy importante de quienes hoy nos gobiernan trabajan para sostener e incrementar la marginalidad, porque en esa marginalidad cosechan electoralmente. Eso es lo que denominamos pobrismo, el verdadero culpable de esta tragedia.

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