Historias de vida

La devoción de dos mendocinos por la Difunta Correa: le rinden culto y cuidan su gruta

Jorge y José son dos mendocinos que cuidan una gruta de la Difunta Correa luego de haber recibido, según ellos, dos milagros de la santa popular sanjuanina: trabajo y salud. Una historia mínima que se reproduce en cientos de casos similares.

Maximiliano Ríos sábado, 26 de noviembre de 2022 · 07:00 hs
La devoción de dos mendocinos por la Difunta Correa: le rinden culto y cuidan su gruta
Foto: Maximiliano Ríos/MDZ
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Jorge Alcaráz y José Cruceño viven en el barrio Virgen del Carmen, de Luján de Cuyo. Se conocen desde hace muchos años. Los dos aseguran que la Difunta Correa, la santa popular que nació en San Juan pero se popularizó en todo el país, les concedió un deseo que les cambió la vida. Es por eso que acuden a menudo a la gruta que esta mítica figura tiene en el distrito Las Compuertas de ese departamento a realizar tareas para conservar el lugar en buenas condiciones.

El milagro del trabajo

José limpia una zanja de riego que rodea a un árbol. Lo hace con una azada. Las dificultades propias que un cuerpo como el de él, de 87 años, no impiden que lo haga con eficacia. Es que, José fue contratista de viña durante muchos años y esa experiencia no se borra con la jubilación. Sobre todo, cuando ese trabajo fue el que soñó cuando era joven y consiguió después un pedido a la Difunta Correa. “Siendo muy joven, tendría unos 20 años más o menos, pedía que me consiguieran un contrato de viña, unas 4 o 5 hectáreas para mí. No podía nunca, nunca, nunca conseguirlo, no me daban. Entonces agarré y empecé a pedirle a la Difuntita Correa para conseguir una viña, un contrato. Como al año, conseguimos en Ugarteche una viña con mi hermano. ¿Se da cuenta?", relata el hombre. 

"Desde entonces, estoy muy agradecido porque trabajé muchos años en la viña y siempre la visité a la Difuntita Correa. Después cuando ya empecé a hacer deporte, hice 16 viajes en bicicleta a San Juan en agradecimiento. Y, mientras pueda, voy a ir siempre, siempre”, agrega José, que ha recorrido esa cantidad de veces el trayecto de 192 kilómetros hasta el santuario original ubicado Vallecito, provincia de San Juan.

Toda esta historia es la que hace que José limpie la zanja de ese árbol que está dentro del predio de la gruta. Lo hace porque José, como todo buen devoto, es agradecido.

El milagro de la salud

Deolinda Correa era una mujer que en plena revuelta interna salió detrás de su marido, que había sido obligado a combatir en una montonera. Con su niño en brazos, intentó cruzar el desierto sanjuanino y murió de sed. El milagro ocurrió cuando su hijo sobrevivió, pues el niño pudo alimentarse del pecho de su madre aún luego de que ella muriera.  Es una de las "santas populares" con mayor cantidad de fieles en el país. 

Jorge, su amigo, baja del auto dos bidones de agua. Lo hace de a uno, los bidones no son livianos, contienen de 20 litros y a Jorge no le resulta fácil la tarea porque si bien es un hombre fuerte, nacido en el campo y acostumbrado al trabajo duro, tiene 77 años y padece una Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC). Jorge no fuma, nunca lo hizo, la enfermedad la contrajo cuando trabajó en Carbometal. En esta empresa (que elaboraba carburo de calcio y ferroaleaciones) estuvo muchos años expuesto a los vapores nocivos que le produjeron la afección.

 

Pero la enfermedad que a Jorge le marcó su vida fue otra: un tumor en la piel que le apareció en el brazo izquierdo cuando era muy joven. Melanoma maligno dijo el médico que se lo extrajo, aunque quien lo curó, asegura, fue la Difunta Correa. “Entonces yo le hice una promesa a la Difunta, porque yo veía que esto no era bueno, y me cumplió. Para mí ella me salvó, me salvó y acá estoy. Alguna cosita vengo a regarle, a limpiarle un poquito. Y bueno, muy agradecido con la Difuntita Correa, muy agradecido", repite.

Los dos amigos, luego de concluir la tarea, se sientan a tomar el té bajo la sombra. El árbol que riegan es un pimiento, según la denominación que por esta zona le damos. También se lo conoce como aguaribay y mulli. Este último nombre se lo dieron los Incas que lo consideraban sagrado por sus propiedades medicinales. Para ellos era el árbol de la vida. Para Jorge y José, de alguna manera, también lo es.

 

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