Apuntes de siembra

Esa manía de llamar la atención

Una caricatura muestra a una madre joven teléfono en la oreja, con un bebé en brazos tratando de sacarle el aparato, y un niño pequeño tironeándole de la ropa. Con cara de resignación la señora le dice a su interlocutor “¿Puedo devolverte la llamada en cinco años?”

Lic Magdalena Clariá y Mercedes Gontán domingo, 19 de septiembre de 2021 · 07:00 hs
Esa manía de llamar la atención

No importa cuánto tiempo del día hayamos compartido con nuestros hijos, basta que nos pongamos al teléfono para que necesiten algo de nosotros. “¡¡¡Mamaaaaaaaá, Papaaaaaaá!!!” No falla…la pregunta es ¿por qué? Parece que siempre quisieran más de nosotros: más tiempo, más cariño, más actividades compartidas.

Los niños son excelentes observadores pero no son tan buenos interpretando. Sabemos que muchas veces lo que quiere el niño no es exactamente lo que nos está pidiendo, sino más bien llamar nuestra atención. Y atención, en su cabecita aún desarrollándose, se traduce cómo: “Mirame, porque cuando me mirás, me siento sostenido, amado y elegido”, por el contrario, cuando no los miramos: “no soy suficiente, no valgo, no soy reconocido”.

Por supuesto que esto ocurre de manera subconsciente, no es un pensamiento claro y reflexivo como el escrito. Es más bien una creencia errónea.

Nosotros adultos sabemos, que aún cuando no miramos a nuestros hijos (y hablamos de una mirada activa, conectada, no de la acción de posar los ojos sobre un objeto), ellos siguen existiendo, desarrollándose, siendo infinitamente amados. Pero de nuevo, los pequeños grandes observadores, no interpretan el mismo significado. Es una cuestión evolutiva, algo que irán comprendiendo a medida que crezcan y gracias a las buenas experiencias que les brindemos al respecto. O no.

Podemos cansarnos de ser interrumpidos, perder la paciencia y optar por el camino del enojo y el castigo…pero seguramente no lleguemos a buen puerto. Y nos vamos a frustrar.

Cómo responder al llamado de atención

¿Qué hacemos entonces? Claramente no hay recetas mágicas…pero sí herramientas que tienen en cuenta el modo de pensar de los chicos…esa creencia detrás de su comportamiento que a veces nos cuesta descifrar.

Anticipar: aunque sea tentador ni avisarles porque están entretenidos en lo suyo, siempre es mejor. (porque eso que les divertía tanto seguro deja de interesarles cuando escuchan el “hola”, o cuando empieza nuestra reunión). ¿Cómo llevamos esto a la práctica? Algunos ejemplos: “Ahora tengo que hacer este llamado, cuando termino hacemos tal cosa…”, “mientras yo hablo, vos termina ese dibujo así se lo mandamos a la abuela”, “Te presto mi reloj, cuando la aguja llegue acá, armamos juntos el rompecabezas”.

Poner en agenda tiempo compartido: planear momentos con ellos de antemano y comunicárselos. El tiempo del baño, el rato antes de acostarse, un paseo a la tarde, un almuerzo juntos en la semana o simplemente un rato en el piso jugando con ellos. Pero el que avisa no es traidor…y cuando estemos en lo nuestro, ocupados podemos echar mano de este recurso: “en un rato más salimos juntos a la plaza, ¿te acordás? Ahora tengo esta reunión”, “no puedo buscarte yo del colegio, pero más tarde acordate que leemos un cuento y te acompaño a la hora de bañarte así me contas tu día”.

Validar sentimientos: sabemos que no es bueno decir siempre que sí, y que la tolerancia a la frustración es necesaria, fundamental diríamos para el resto de sus vidas, y se aprende desde chiquitos. Ejercitarla en los pequeños detalles de la vida cotidiana es la mejor manera de que “entre en el escenario” y aprendan a resolverla con el correr de los años. En la práctica: “veo que estás enojado/a porque ahora no puedo jugar, y lo entiendo. Ahora cada uno va a hacer algo distinto pero más tarde nos vamos a encontrar y me contás como te fue en tu juego, yo te cuento de mi trabajo”

Podemos usar estas estrategias desde muy chiquitos, y con los más bebés, tener cerca esos juguetes que sabemos les gustan…o dejarlos explorar en la alacena (estantes habilitados como los tuppers por ejemplo), pueden ser grandes aliados para tener ese ratito para hablar, terminar un informe o lo que nuestras obligaciones nos requieran. Redireccionar su conducta. Hacer más que decir.

Con los más grandes, aparece también el tan temido aburrimiento, los chicos que expresan aburrirse, y los padres que nos ponemos en el lugar de ser sus “animadores”. Aunque cueste, aprovechemos también estos espacios para dejarlos descubrir en medio de ese aburrimiento sus propios intereses, inventar nuevos juegos, y que puedan crecer en imaginación y creatividad.

Sin duda, los tiempos especiales que hemos vivido han desarmado el rompecabezas de nuestra vida cotidiana, y los tiempos extendidos de convivencia, también han afectado esta sensación de los más chiquitos de querer tener nuestra atención plena todo el tiempo. Cómo puede ser que nos extrañen si estamos todo el día en casa, nos comentaban frustrados los papás. Gran desafío poder delimitar los espacios y tiempos.

Finalmente, tengamos presente la etapa evolutiva en la que se encuentran los chicos, para alinear nuestras expectativas con lo esperable. Nuevamente, tomemos las riendas de la situación, y en lugar de quejarnos por la inmensa demanda, pensemos todo aquello que sí podemos hacer, abrazando nuestra realidad y disfrutando el aquí y el ahora.

 

*Magdalena Clariá es Licenciada en Psicología y Mercedes Gontán, abogada, Mediadora y Orientadora Familiar. Juntas hacen Apuntes de siembra

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