Psicología

Haters al ataque: la destrucción como diversión

Existe un sector de usuarios que atacan lo que otros suben en sus redes sociales. Son los haters: odiadores seriales que actúan bajo el anonimato (o nombres falsos) y se otorgan a sí mismos la libertad de poder decirle al otro lo que se le viene en gana. Sin filtro.

Carlos Gustavo Motta viernes, 10 de diciembre de 2021 · 22:34 hs
Haters al ataque: la destrucción como diversión

No resulta tampoco una crítica constructiva sino todo lo contrario. El hater pretende simplemente destruir a quien considera un rival. Ni siquiera eso. Lo hace por divertirse, como cuando niños tocaban el timbre de una casa y salían corriendo: el célebre ring-raje del siglo pasado, llamar por teléfono siguiendo los números de la guía telefónica (existen aún?) o patear tachos de basura en la adolescencia del siglo XX (cuando había recipientes de basura sueltos por la calle). Modos de provocar de acuerdo a la época que nos toca vivir. Pero no me refiero a la travesura inocente sino a molestar por molestar. Lo que no está acompañado por el humor ni la gracia. Lo que señalo con estos ejemplos es simplemente un esbozo que se dirige a algo que conduce a la persona a lo peor y muchas veces porque no se acepta los límites. El "no" dicho a tiempo.

El hostigamiento es un fenómeno agresivo que se manifiesta en una experiencia individual aislada del diálogo que ataca al cuerpo del otro y que tiene una finalidad intimidante. Esa mala intención disgrega y utiliza la palabra hiriente. Jacques Lacan hace referencia al cuadro de El Bosco, El Jardín de las Delicias, donde ubica una especie de atlas de todas las imágenes agresivas que atormentan a la humanidad desde siempre. Cuestiones que también se hacen presente en nuestros sueños, sobre todo, en nuestras pesadillas.

Para el hater, ¿Será el otro el espejo que no quiere verse ni reflejarse? ¿Lo que odia del otro estará tan próximo que resulta necesario hacerle frente dañando lo que finalmente también es?

Paradojalmente señala cierta connotación erótica donde aquello que dice odiar es un intento de desviar lo pasional de su propio ser. La tensión conflictual que parece tener es un modo primitivo de despertar su deseo por aquello que le molesta del otro. Es una tríada que se precipita en la agresión: el yo propio; el prójimo; el objeto que dice odiar.

En España, Stop Hater es una asociación sin fines de lucro que se ocupa cuando hackean la computadora o el móvil personal, cuando se reciben amenazas o insultos, cuando roban tu cuenta del Facebook o Instagram o Gmail, cuando existe una información falsa sobre uno en internet. También brindan ayuda para no caer en posibles fraudes y estafas.

Los más susceptibles a sufrir este hostigamiento son las personas con discapacidad y el colectivo LGTB. Por otro lado, una de cada cinco mujeres sufren abusos por Internet. El impacto psicológico de este modo particular de acoso es devastador: más de la mitad de los afectados reconocen la autoestima baja, experimentar estrés, ansiedad o ataques de pánico.

¿Qué hacer frente a esta agresividad sufrida? Sugieren recopilar pruebas, bloquear cuentas del ciberacosador (si eso es posible), solicitar ayuda. Es fundamental cambiar el comportamiento en internet: lo que se sube a las redes, no brindar datos personales de ningún tipo ni tampoco de familiares porque si tienen todas esas informaciones también la tienen para hacer la vida difícil.

¿Tienen que ver los ideales de cada uno frente a las agresiones realizadas? Es posible. La envidia es el resultado en algunos frente a la exposición mostrada: alegrías compartidas, éxitos profesionales, relaciones afectivas estables por citar los principales argumentos cuestionados por el hater que siempre parece estar pendiente de los logros del otro y de los fracasos o detenimientos propios.

No podemos establecer generalizaciones porque después de todo, la lógica del uno por uno rige en todos los casos,  pero se verifica que alguien que en un momento precoz de su vida ha sido rechazado por otros, puede pensar que no vale lo suficiente y por lo tanto, no merece ser querido. Como su propio modelo incluye esta conjetura, suprime mensajes de cariño. No percibe señales de afecto de los demás. Distorsiona su realidad y mantiene un modelo empobrecido del mundo.

Todos nosotros disponemos de un mecanismo permanente de comparación entre lo que percibimos del exterior y de esa experiencia interna que sirve de referencia.

¿Cómo actúa el deseo? Un caso que ha trascendido de una pequeña de ocho años hace meses atrás nos orienta. Nos enteramos de ella por una carta que su madre escribe a un diario. Sabemos que la niña estudia música y es violinista pero le pide a la madre ser segundo violín. No primero ni solista, ella lo que quiere es tocar tranquila en un segundo plano, porque eso le hace feliz y porque “quiero continuar disfrutando de la música”. Pero el mundo está hecho para los que quieren ser famosos, para los que sueñan con ser los primeros. En el colegio se premia a los que levantan la mano, los que exhiben sus logros y se sienten cómodos siendo el centro de atención. En la universidad se premia a los que dan su opinión, a los que no se mueren de angustia ante la posibilidad de exponerse en público. Y en lo que respecta al mercado laboral, se premia a los que alzan su voz por encima de los que hablan bajito, aunque aquellos no digan nada nuevo. Para ese mundo, convertirse en segundo violín de una orquesta no es lo que una niña debería querer ser de mayor. Pero el problema no es de ella, sino de ese mundo. Porque la maravilla de una sinfonía sólo es posible gracias a los que sueñan con ser segundos violines. Ese mundo está mal y no lo sabe. Los haters tampoco.

* Carlos-Gustavo Motta es psicoanalista y cineasta.

 

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