Consecuencias

Pandemia invisible: aumentaron notoriamente los tratamientos de salud mental en niños

El encierro y la reconfiguración en la interacción social derivó en que se incrementen los tratamientos psicológicos y psiquiátricos en niños. Aquí, testimonios de profesionales que ahondaron en la problemática y dieron un panorama de lo que parece ser un efecto colateral de la crisis sanitaria.

Diego Gubinelli
Diego Gubinelli lunes, 22 de noviembre de 2021 · 07:22 hs
Pandemia invisible: aumentaron notoriamente los tratamientos de salud mental en niños
Foto: ALF PONCE / MDZ

La crisis sanitaria de coronavirus provocó cambios en todos los esquemas sociales, sin realizar ningún tipo de discriminación. La interacción social tanto en adultos como niños se encuentra en proceso de reconfiguración a medida que una “nueva normalidad” se asoma. Reconstruir lazos sociales parece ser una tarea ardua y que, según expertos, tardará más de lo esperado. Mientras tanto, la pandemia invisible –pues la de la salud mental- es una preocupación, principalmente en los más chicos. “Los niños no tienen ganas de nada”, "Recibí un caso de una nena de 10 año con un intento de suicidio", cuentan a MDZ profesionales ligadas a la temática.

Está naturalizado que la mayoría de las consultas psicológicas sean por parte de jóvenes o adultos, pero la pandemia de covid-19 dejó al descubierto que el sector infanto-juvenil también se ve afectado y que el incremento de tratamientos en este sector puede significar que se enciendan las alarmas en hogares, institutos de salud mental y colegios.

En Mendoza,  los niños tuvieron que esperar hasta septiembre de 2021 para retomar una presencialidad completa en las escuelas, sin alternancia entre virtualidad y asistencia al establecimiento. Pasaron 19 meses para que las aulas volvieran a estar colmadas (sin contar las instancias bimodales o con burbujas sanitarias). Poco tiempo después del retorno, las consecuencias en el desempeño social y académico de los niños están saliendo a la luz.

Tras el levantamiento de restricciones por parte del Gobierno de Mendoza en relación a la vuelta total a la presencialidad escolar, los niños de entre 7 y 11 años no logran socializar de forma óptima con sus compañeros de clase, considerando la ruptura de lazos sociales ocasionada por la pandemia de coronavirus. Esto se debe a un aumento de problemas de índole psicológica en este grupo, lo cual derivó en un crecimiento notorio del número de jóvenes menores de edad bajo tratamiento de salud mental.

“Los niños no tienen motivación ni ganas de nada. Algunos chicos no juegan, dejan de comer, tienen adicción a la tecnología.”, cuenta la licenciada en Psicología, Sofía Spedaletti al referirse a aquellos pacientes que promedian los 10 años y que recibe a diario en su consultorio.

“La demanda ha aumentado. Lo que me llama la atención es que cada vez los derivan antes, es decir, desde más chiquitos. Ahora estoy recibiendo muchos casos de niños de 4 años en adelante, algo que antes no sucedía tanto. El año pasado hubo muchos retrocesos respecto de habilidades sociales. Hay mucha depresión infantil, autolesiones y casos de abuso sexual infantil. Hasta recibí un caso de una nena de 10 años con un intento de suicidio”, agrega.

Niños y niñas tienen mayor dificultad para poder jugar con sus pares.

Falta de interacción ruptura de lazos sociales y diversos aspectos son los factores que influyen en esta transformación. Es por ello que desde el Instituto Vilapriño, centro de salud mental de Mendoza, indican -bajo una proyección no oficializada estadísticamente- que hubo un incremento de consultas en este rango etario. “El aumento de demanda en relación al 2019 fue del 60%. De 6 años en adelante. Para el inicio del tratamiento, el equipo de Infanto Juvenil realiza una admisión, es decir, una entrevista inicial con el paciente, sus padres y el profesional (psicólogo o psiquiatra). En esa entrevista se evalúa el tratamiento a seguir, ya sea psicológico o psiquiátrico, y el terapeuta que estará a cargo”.

El tratamiento y el rol escolar

Las señales de que algo anda mal en la actitud de los niños pueden verse de forma más explícita en los colegios, donde docentes y psicopedagogas detectan comportamientos de los alumnos y recurren a un proceso de derivación protocolar, en el caso de que fuera necesario.

En el nivel primario son los educadores quienes hacen la detección del proceso de aprendizaje y en lo que repercute.

La vuelta a la presencialidad, más allá de que la Dirección General de Escuelas (DGE) la estableció de manera escalonada y en burbujas- implicó un regreso a socializar después de mucho tiempo y a volver a conocerse. Por supuesto, teniendo en cuenta todo lo que refiere cuidados, distanciamiento, medidas de seguridad, etc. Volver a las burbujas significó un impacto en las infancias. Los niños y niñas pasaron de estar en los hogares compartiendo con adultos, lo cual generó que la escuela se desdibujara como institución física.

Karina Bergé, titular del Colegio Profesional de Psicopedagogos de Mendoza, afirma que el proceso fue realmente dificultoso y que aún no concluye.

“Encontrarse físicamente genera incertidumbre. Volver a retomar vínculos toma su tiempo y repercute mucho en los procesos de aprendizaje. En la presencialidad total la vinculación es diferente. Hubo todo un proceso de adaptación y readaptación en los niños y niñas”, dice.

Y agrega: “A gran parte le costó muchísimo. Hubo niños y niñas que no querían asistir más y tenían crisis de llanto. Incluso con actitudes reaccionarias hacia los pedidos. Notamos más apatía mayor desinterés escolar”.

Pero regresando a las actitudes alarmantes en las aulas, existe una que sobresale entre la comunidad educativa: ¿qué sucede con las situaciones de autolesión en los alumnos de primaria?, una problemática que representa un significativo porcentaje de consultas en consultorios externos. “Estas pueden enmarcarse en acciones violentas: lo que tiene que ver con la autoagresión o la agresión a otros. También se observa mucho lo que es aislarse, la tristeza y apatía. Por supuesto una de las cosas que más se ve es la autoflagelación. Luego ello repercute en el aprendizaje y los vínculos familiares. Los chicos no quieren juntarse con los que eran de otras burbujas. Al pasar tanto tiempo, se han generado subgrupos “, manifiesta Bergé.

Sobre el día a día en una escuela primaria y cómo los niños se desempeñan de forma recreativa –más allá de lo que es meramente educacional- Bergé considera que la reconfiguración de momentos como el recreo también llama la atención. “El recreo que era ese espacio de esparcimiento está reglado. Fue toda una cuestión compleja. Se viene reconfigurando los espacios de la escuela. Ahora se ha ido relajando un poco y es mucho más controlado. Los chicos han vuelto a jugar”, sostiene.

La brecha entre el sector público y el privado

No obstante, el procedimiento para tratar problemas de índole mental no es sencillo y tampoco está al alcance de la palma. La brecha entre el ámbito privado y el público es notoria. La dificultad de acceso para quienes asisten a un colegio estatal se diferencia de lo que sucede a nivel privado. Existe un claro contraste en cuanto a posibilidades según los niveles socioeconómicos de los solicitantes.

En ese sentido, Bergé señala que el proceso de tratamiento de un infante es más complejo de lo que parece. Además, cuenta que no siempre se coordina con éxito entre las instituciones de Salud, los colegios y la labor de los padres.

En concreto, detalla que en el caso de que se evidencien cuestiones que llamen la atención, se debe realizar una derivación al sistema de Salud para hacer un tratamiento que se coordinará con la escuela. “Si hay un abordaje de salud mental, es importante que la escuela lo sepa y acompañe. Suele ocurrir a veces que el tratamiento va por un lado y la escuela va por el otro. Los adultos responsables no están obligados a informar a la escuela, pero si la escuela hizo la derivación, es conveniente que se trabaje coordinadamente”, esgrime la profesional.

En tanto, la licenciada también aportó que la derivación no es la única forma de combatir o solucionar una problemática referida a la conducta de un niño. La prevención, según indica, cobra un rol fundamental. “Se deriva, pero también hay un trabajo preventivo. Las consultas en el ámbito han aumentado, pero también es importante prevenir para generar espacios, trabajar las emociones y trabajar con lo que pasa con la vuelta a la presencialidad. Venimos de la convivencia en un espacio reducido, a la convivencia con toda la escuela. Porque no es solo con el aula, sino toda la escuela”, sostiene.

Por su parte, Spedelatti, quien también se desempeña en un colegio urbano marginal en el departamento de Guaymallén, añade más perspectiva respecto del proceso para lograr que un niño reciba tratamiento. “Cuando hacés derivaciones en escuelas públicas, el sistema está totalmente saturado. No hay psicopedagogas. Desde lo público directamente no conseguís. Los centro infanto-juveniles no tienen turno hasta enero. Esto genera frustración profesional porque se hacen las derivaciones que terminan en la nada. Tenemos un caso en el nivel primario de un chico que tiene ataques de pánico cada vez que va a la escuela. Y a esta altura del año no ha podido recibir tratamiento psicológico. No puede asistir a la escuela porque no está en condiciones y cada vez que tiene que ir se larga a llorar, se hace pis encima, etc. Por más que sea un caso gravísimo, al día de la fecha no le podemos conseguir turno”, subraya.

Por ende, la gran demanda provoca que algunos logren acceder a un acompañamiento terapéutico, pero, por otro lado, generando que se agrave la situación en otros sectores y se torne cada día en un problema más estructural.

Las escuelas primarias públicas no cuentan con equipo de psicopedagogía, pero si utilizan un encargado por distrito para atender casos puntuales. El sistema siempre fue deficitario, pero la creciente demanda pone en aprietos a las autoridades gubernamentales que no logran dar respuestas. “Si la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia (Dinaf) no hace el turno porque está colapsada, no se lo puede gestionar por otro lado porque el protocolo no lo permite. Hay una sola psicopedagoga por cada localidad”, apunta Spedaletti.

En ese sentido, Bergé aporta que “la derivación estatal es muy compleja porque hay pocos profesionales de la psicopedagogía en la salud pública. La mayoría está en el ámbito privado”.

En cuanto al procedimiento a llevar a cabo para que un niño obtenga atención en el área de salud mental, Bergé cuenta que las derivaciones pueden venir de la escuela (docentes), o bien desde el Estado en el Área de Acompañantes en la Trayectoria Educativa. “Son profesionales que hacen detección y derivación al ámbito de la Salud. Después los papas pueden contactarse de manera particular, hacerlo con la obra social o comunicarse con el colegio solicitando profesional. En un sondeo no estandarizado que llevamos a cabo, al colegio llegan muchas solicitudes de los papás. Ese aumento ronda el 50%”.

Una tendencia a nivel mundial

La pandemia marcó un antes y un después en el deterioro de la salud mental de las personas. Un reciente estudio comandado por la Universidad de QueenIsland y publicado por la prestigiosa revista académica The Lancet indica a través de un metaanálisis entre 203 países del mundo que la depresión y la ansiedad crecieron un 25%.

En dicho aumento existe un clúster que integra a la juventud, la cual fue mayoritariamente afectada por el cierre de escuelas y el cese de interacción con sus compañeros.

Sin embargo, al enfocarse en la población infanto-juvenil, los cambios han sido notorios. Un informe publicado por Unicef a principios de 2021 indica que 1 de cada 7 niños (332 millones en todo el mundo) vivió bajo políticas de confinamiento al menos nueves meses desde que comenzó la pandemia de coronavirus. De esta manera, se analizaron las consecuencias relacionadas a bienestar y salud mental en infantes.

“Cuando día tras día uno está lejos de los amigos y de los seres queridos más distantes, y tal vez incluso está atrapado en casa con un maltratador, el impacto es significativo. Muchos niños se sienten asustados, solos, ansiosos y preocupados por su futuro. Debemos salir de esta pandemia con un mejor enfoque de la salud mental de los niños y los adolescentes, y eso empieza por prestar al tema la atención que merece”, subraya Henrietta Fore, directora ejecutiva de Unicef.

El relevamiento también especifica que en el segundo año de pandemia, el impacto comenzó a ser más evidente. Incluso desde Unicef advierten que si esto quiere ser revertido, especialmente en el ámbito escolar, hay que generar políticas gubernamentales sólidas y de acompañamiento, ante un desborde a la vista, como en el caso expuesto en Mendoza. “Si antes de la pandemia de covid-19 no éramos plenamente conscientes de la urgencia de este tema, ahora sí lo somos. Los países deben invertir drásticamente en la ampliación de los servicios de salud mental y en el apoyo a los jóvenes y a sus cuidadores en las comunidades y las escuelas. También necesitamos ampliar los programas de crianza para garantizar que los niños de familias vulnerables reciban el apoyo y la protección que necesitan en casa”, concluye Unicef.

El resultado de la pandemia de covid-19 provoca efectos físicos propiamente relacionados a la incorporación del virus en el organismo humano. Pero al mirar un horizonte que parece ser esperanzador en relación a un inminente fin de la emergencia sanitaria –o por lo menos un nuevo paso a una etapa de endémica-, el deterioro de salud mental parece ser una consecuencia que llevará un largo tiempo para ser controlada. Entre tanto, los efectos en niños y niñas de escuelas primarias marcan agenda y alarman a la comunidad educativa, al sistema de Salud y a las familias.

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