Ecos del atentado

Cristina Fernández de Kirchner pudo ser Churchill por un día y perdió la oportunidad

Una oportunidad histórica para trabajar por la unidad y bajar la tensión que parece perderse de nuevo. Los mensajes que no cambian y la ausencia de grandeza en la dirigencia.

Pedro Paulin
Pedro Paulin sábado, 3 de septiembre de 2022 · 22:15 hs
Cristina Fernández de Kirchner pudo ser Churchill por un día y perdió la oportunidad

El Gobierno en su conjunto desperdició ayer la oportunidad histórica de trascender, de ser grande, enorme, en este momento tan triste, pobre y desesperanzado del país. De correrse de la coyuntura, de lo prescindible, del teorema triste de la lapicera y la tinta, de todas esas nimiedades que no hacen a un país ni lo cambian, lo confunden, lo tornan violento y bruto, generan contextos que desenlazan, a veces, de la peor forma. Cristina Fernández de Kirchner pudo ser ayer Winston Churchill y ganarse una página grande y a color en los libros de historia; pero eligió, de nuevo, un lugar apenas perceptible, lleno de rencores y antinomias que destruyen sociedades.

Cuando la violencia se espiralizó y las primeras bombas azotaban a Londres, el incipiente, raro, alcohólico y "puteador", el histriónico Churchill, convocó al famoso gabinete de coalición nombrando conservadores, liberales, independientes, todos adentro a trabajar. Con los liberales de moda en Argentina, pensemos qué hubiera pasado si el ultra liberal Archibald Sinclair hubiera rechazado el ministerio del Aire como le aconsejaban los partidarios y la grieta en el Reino Unido se hubiera ensanchado, probablemente se hablaría alemán en más de una ciudad británica.  “Sangre, sudor y lágrimas", gritó el primer ministro y convocó a la unión para terminar con la violencia externa del entonces insaciable Adolfo Hitler. Cristina pudo ser Churchill y dejar sin discurso, vacíos, pedaleando en el aire, a todos los que a su juicio infectan las almas de los argentinos llenándose de odio y revancha.

Cuando en 2008 cubrí el conflicto agropecuario y la ley de medios, me acostumbré a ver las fotos de Eduardo van der Kooy, de los más lúcidos periodistas de nuestra historia moderna, a Ernesto Tenembaun, Mirtha Legrand o Jorge Lanata, todas insultadas y orinadas en plaza de Mayo por militantes que creían que entonces, terminados esos insultos, la revolución estaría en marcha. El odio que bajaba Néstor Kirchner en ésa época era a diario y sin límites, incluso cuando apretó a Leo Mindez, honesto y gran colega, en un acto riéndose con los amigos que siempre le festejaron hasta el último chiste. 

Ayer Cristina podría haber dejado boquiabiertos a todos, propios y ajenos, si hubiera domado su personalidad por dos o tres horas y bajado línea a sus funcionarios; el país hoy sería otro. Pensemos un segundo qué sería del amanecer de hoy, sábado, si Cristina Fernández de Kirchner  hubiera convocado “al gran encuentro nacional democrático, a revisar todo lo que dijimos y hacemos, sin mirar quién, acercándonos al otro, con misericordia y autocrítica, para dar por terminada hoy la grieta para siempre”. Hubiera sido revolucionario, en serio. No una revolución de cartón con argentinos que comen poco y mal y una clase dirigente que usa el avión privado para no chocarse con pobres.

Si el peronismo ayer hubiera censurado a los que nos insultaban en la plaza, los que nos deseaban la muerte a los periodistas que no profesamos el kirchnerismo, los que supuestamente bancamos la dictadura habiendo nacido en democracia, pero no importa la historia, hay que insultar y seguir.

Ayer caminé toda la mañana por la esquina de Juncal y Uruguay y por la Avenida 9 de Julio para que MDZ tuviera la mejor cobertura; solo escuché cánticos de violencia. Violencia sin argumentos, sin un dato, violencia por la violencia que imprime la dirigencia política. 

Si el peronismo, el kirchnerismo, el albertismo si existe, si La Cámpora o el movimiento del escurridizo Juan Grabois, si Hebe de Bonafini y sus casi diarios deseos de muerte a quien disiente, si todo eso hubiera hecho una pausa, un respiro, una decena en el caso de los que somos católicos, hoy el país sería otro. 

Si Alejandra Darín no se hubiera tentado con el doctorado discursivo en lugares comunes de echar todas las culpas afuera como lo hace mi hijo de dos años y pensar en lo hecho por actores afines a Cristina, si hubieran podido consigo mismos, hoy el país sería otro. Dejaron pasar una oportunidad histórica, de esas que se tienen muy cada vez en tanto, por ejemplo, cuando hay una noche como la que vivimos el jueves.

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