Pocos ingresos

10 a 0: la tremenda derrota del salario contra la inflación

Hace cuatro años que los ingresos no pueden alcanzar el incremento de los precios. El ejemplo de Israel y su acuerdo político del 2011 para solucionar el problema.

Carlos Burgueño
Carlos Burgueño viernes, 14 de enero de 2022 · 12:00 hs
10 a 0: la tremenda derrota del salario contra la inflación
Foto: Télam

El términos futboleros, en el 2018 se perdió 2 a 0 en un partido que se complicó desde el principio. En el 2019 el resultado fue un penoso 4 a 0; con un equipo perdido en la cancha y, como dicen en la tribuna "para el cachetazo". El 2020 terminó con un 3 a 0, pero con una derrota justificada por la pandemia y con un esquema denominado "digno". Finalmente, en el 2021, también terminó en derrota, 1 a 0; en un match que se peleó durante los 90 minutos, y que se perdió sobre el final cuando podría haberse empatado.

Sin embargo, el resultado final, es tremendamente lapidario: en los últimos 4 años, en un metafórico campeonato futbolístico; los salarios acumulan una derrota por 10 goles contra 0. Dicho de otra manera, los sueldos en blanco, negro, intermedios y las jubilaciones, en promedio y de manera conjunta, hace cuatro años que ven al Índice de Precios al Consumidor (IPC) desde abajo. A veces más lejos, a veces más cerca; pero siempre desde abajo.

Para cualquier país, esto sería una crisis social y económica de dimensiones importantes. Sin embargo, en la Argentina, se toma como una consecuencia inevitable ante un mal con el que hace décadas que se aprendió lamentablemente a convivir: el alza de los precios. Lo cierto es que ningún Estado puede considerar que puede salir de una crisis económica real, con sueldos que no pueden competir contra la inflación, y que cada año pierden un poco más de poder adquisitivo.

La comparación fáctica es indefendible. En el 2018 el IPC subió 34,28%; con una evolución del Índice de Salarios de 30,4%. En el 2019 la comparación fue de 53,55% contra 44,3%; en 2020 de 42,62% frente a 34,4%; mientras que el año pasado se conoció ayer que la inflación general alcanzó el 50,9% cuando la medición del salario hasta octubre acumuló un 46,5%. Hay que tener en cuenta que en los últimos dos meses del año no fueron tiempos de incrementos de salarios, y que lo más probable es que esos aproximadamente 5 puntos porcentuales no puedan descontarse.

Es verdad que el 2021 fue el mejor de los cuatro años. Pero también es cierto que es un ejercicio más de pérdidas. Y que es responsabilidad del Gobierno de Alberto Fernández la de torcer el destino en este 2022, y que sea el primer ejercicio en cinco donde los salarios superen a la inflación. La pregunta es, ¿puede este Gobierno vencer al verdadero fantasma que año tras año se queda con el triunfo? Y la respuesta es difícil.

Siguiendo con los términos futboleros, cuando las derrotas se acumulan, lo primero que debe hacer un técnico es ver qué estrategia utilizan aquellos equipos que pudieron vencer a nuestro verdugo continuo. La buena noticia en el caso de la inflación como problema macroeconómico, es que efectivamente hay buenas experiencias. Y que existen ejemplos en la historia mundial moderna donde hubo resultados positivos. Incluso algunos que pueden tomarse de ejemplo y donde la clase política argentina (la máxima responsables del problema inflacionario argentino) puede aprender. Con humildad.

El ejemplo es Israel. Que hizo este estado, en la revolución del Cottage de 2011; como se llamó a la revuelta popular de agosto de ese año, que cambió radicalmente, y para mejor, la economía del país. Luego de la primavera árabe y de la crisis de 2008, y cuando se pensaba en Israel que el malestar general estaba controlado, el 5% de la población salió a la calle (unas 500.000 personas) -y no por el eterno conflicto en los más de 70 años de historia del Estado con los vecinos árabes-, sino por un disparador inusitado.

 Los israelíes salieron masivamente de sus hogares a protestar por una serie de notas periodísticas donde se mostraba que el queso cottage (el preferido de las mesas familiares locales), costaba en el país 35% más que en Europa. Y que la explicación era que el proveedor israelí era una empresa láctea monopólica llamada Duva, propiedad de una de las familias empresarias fundadoras y que tenía al mercado interno cooptado (dominaba el 90%), con la prohibición explícita de importar, subsidios del Estado y créditos blandos. Y además, se descubrió, evadía impuestos.

La indignación se generalizó y provocó que comenzaran a discutirse todos los precios de la economía local, incluyendo los servicios públicos, los celulares, los alimentos y bebidas, los combustibles y el transporte. Si bien el IPC israelí no se disparó a los niveles hiperinflacionarios de comienzos de los 80; la sociedad estaba convencida que no quería volver a experimentar aquella zozobra y le exigió a la clase dirigente de su país medidas urgentes. El Gobierno advirtió que en todos los casos fue que el costo local de proteger a unas 20 familias que dominaban todos los sectores, era de pagar sobreprecios de entre 20% y 35% promedio a los mercados europeos. Y, lo peor, la respuesta de las autoridades nacionales (el jefe de Estado era Benjamín Netanyahu), era de justificar los precios y pedirle a la población que colabore y no proteste.

La respuesta fue que la elegantísima avenida boulevard Rothschild se copó de gente y que la clase media hizo su primera protesta masiva en la historia del país. A partir de allí el clima cambió y la situación derivó en lo que la economía israelí muestra en la actualidad. De una inflación del 350% en los '80, bajó a menos del 2%, o como los últimos años, llegó a la deflación. En 2020, año de pandemia, los precios cayeron 0,7%; fenómeno explicado por la caída del consumo por la cuarentena obligatoria.

El crecimiento se mantiene en el promedio del 3% anual y hay déficit fiscal y comercial que deriva en la "enfermedad holandesa". Esto es, un ingreso de divisas que termina siendo perjudicial para la economía. El nivel de ingresos llega ya al de un país europeo y el nivel de vida se lo compara con Bélgica y Holanda. Por caso, ya superó a España. El Estado israelí toma deuda al 2% anual, y cualquier empresa con los papeles en orden puede conseguir crédito a 10 años a menos del 3%. Un crédito hipotecario para una familia tipo con niveles de ingresos medios cuesta 5% total, incluyendo comisiones y los intereses pueden descargarse de ganancias.

Luego de la crisis de 2011 los precios generales en la economía bajaron un 5%, con casos testigo como los taxis (20%), celulares (80% en cuatro años), transporte en general (10%) y esparcimiento (20%). Esto sin bajar la presión impositiva que, los israelíes, consideran muy alta. Esta se basa en el tributo a las ganancias y llega al 35% promedio con un tope de 45% para los salarios altos. El IVA se ubica por ley en 12% y no existen tributos criollos como el impuesto al cheque, ganancia mínima presunta o ingresos brutos o a los activos. De hecho, cuesta explicarlos a tributaristas locales sin que pongan cara de horror.

Al analizar la distribución del presupuesto local, curiosamente, el principal ítem no es defensa (que ocupa el segundo lugar y es clave en la seguridad del país), sino educación. Ese es el sector donde el Estado destina más recursos. Y, a diferencia de la Argentina, el principal capítulo de educación explicado en el presupuesto es "inversión en infraestructura". La explicación es simple: modernización permanente de los colegios e inversión en tecnología de última generación. Luego, en segundo lugar según el dinero del presupuesto, aparecen los sueldos de los docentes y no docentes.

Israel tiene crónico superávit comercial. Dato curioso en un Estado que debe importar casi la totalidad de sus alimentos y la energía ya que, como ellos mismos lo definen, es el único desierto en Medio Oriente sin petróleo. Con euforia se anunció el año pasado que Israel encontró gas y que demandará unos tres años poder extraerlo. Hasta tanto, también habrá que importarlo.
Muchos de los empresarios plantean como otro activo la velocidad de acción del sistema judicial. Se habla de un promedio de seis meses para resolver cualquier discrepancia entre privados o privados y el Estado que deba resolverse en la Justicia. Esto incluye casos de evasión impositiva y corrupción, hasta disputas por "dumping" o cualquier discusión por desinteligencias entre privados.

Para el 2021 la evolución de los precios se calcula en menos de 2%; un número alarmante, en un país que en el 2020 mostró una deflación del 0,2%. Mientras tanto, las reservas del Banco Central de Israel, donde Mario Blejer fue alguna vez director, superan los US$150.000 millones, lo que deriva en un problema de nuevo encarecimiento de la moneda local y de sobreapreciamiento de la economía. De hecho, Tel Aviv es hoy la séptima ciudad más cara del mundo.

Esta claro que los números de la inflación en la Argentina y la goleada contra los salarios es un gran fracaso de la clase política del país. No sólo del actual oficialismo, sino también del macrismo. A los dos les fue mal al intentar solucionar el problema. Y no lo lograrán sin un acuerdo político que, por fin, genere confianza en los operadores económicos locales y mundiales. Pero parece lejos.

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