Debate

Es hora de que la política deje de rascarse para adentro

El ex legislador y dirigente de Recrear Sergio Miranda opina sobre el proyecto de reforma constitucional enviado por el Gobierno a la Legislatura y de las repercusiones que ha tenido.

Redacción MDZ Online miércoles, 19 de agosto de 2020 · 00:00 hs
Es hora de que la política deje de rascarse para adentro
El ministro Víctor Ibáñez y el vicegobernador Abed en la presentación del proyecto. Foto: ALF PONCE MERCADO / MDZ

Otro intento de reforma de la Constitución es una nueva y excelente oportunidad para discutir todos aquellos temas que contribuyan, en definitiva, a la mejora de la calidad de vida de los mendocinos/as.

Sin embargo y a pesar de la oportunidad, se intuye un tufillo a reiterado fracaso. Y esto puede ser por el reformismo cerrado de los promotores del proyecto y/o por el oposicionismo bobo por otro lado. Unos y otros declaman argumentos recontra remanidos, como sacados de algún diario de hace veinte o cuarenta años.

Pongo Smell like teen spirit de Nirvana para que acompañe un poco todo lo que siento ante esta situación…

“Me opongo porque no es el momento”. “Me opongo porque siempre me opuse”. “Me opongo porque pierdo privilegios”. Son las razones (no tan explícitas por cierto) que he leído hasta el momento de un lado de la tribuna. En realidad, y habida cuenta de ellos, todo se circunscribe a un solo fundamento: Me opongo porque me conviene. Quedarme como promotor del NO, me da cierta vida como expresión política, sabiendo que en un importante porcentaje de la sociedad siempre el NO “garpa”. El metafundamento es que además me opongo para que de esta forma no se beneficie tanto mi adversario partidario. En síntesis, solo una visión desde la oligarquía partidocrática, alejada de la olvidada mirada del ciudadano de a pie. Solo el interés de los partidos, distante de la real misión que estos deben cumplir.

“Estoy de acuerdo porque hay que ahorrar”. “Estoy de acuerdo porque hay que modernizar”. “Estoy de acuerdo porque hay que incorporar nuevos derechos”. Son los argumentos que se escuchan del otro lado y también se reducen a lo siguiente: quiero pasar a la posteridad como que soy el gobierno que logro la reforma de la constitución de 1918 y de paso, aprovechar el espaldarazo electoral que esto pueda traerme. 

Lo cierto es que ambos grupos de argumentos hablan desde la endogamia de la política. De rascarse para adentro y de no pensar, seriamente, en las reformas que son necesarias. Y las reformas pertinentes no son las que necesita la política, para continuar mirándose el ombligo. Las reformas necesarias son las que necesita la gente, la ciudadanía, las que mejoren la calidad de la convivencia, las que aseguren un moderno y óptimo relacionamiento democrático y las que procuren instituciones que den respuestas a los problemas de las personas y que actúen como garantes y canalizadoras de los circunstanciales apasionamientos de la sociedad.

Sopesados argumentos en favor y en contra, me hago las siguientes preguntas:

¿Hace falta una reforma? Si que hace falta. ¡Sin embargo lo que hace falta es cambiar el paradigma de la representación política, porque el mundo cambio! La austeridad y la incorporación de nuevos derechos, ya consagrados por otras leyes, no son razones suficientes.

La constitución es el pacto de convivencia que acordamos, basándonos en que todos somos libres e iguales. No es un plexo normativo para asegurar que unos sean más libres que otros, ni algunos más iguales que otros. La constitución no tiene que pensarse como una regla que de ventajas a unos por sobre otros.

Si el objetivo es la austeridad, discutamos la necesidad de la cantidad de legisladores y no hagamos foco solo en la unicameralidad. Podría perfectamente mantenerse ambas cámaras con la cantidad de legisladores propuesta por el proyecto y con la misma distribución territorial. De esa forma, se ahorra lo mismo e igualmente se da representación a todos los departamentos.

Si el miedo es que pase lo de Córdoba (que con la unicameralidad aumento el gasto), entonces pongamos que el gasto del poder legislativo no puede superar un X porcentaje del PBG (Producto Bruto Geográfico) de tal modo que solo pueda aumentarse el presupuesto legislativo si aumenta la riqueza de la provincia.

Si eliminar la elección de medio término, no huele a austeridad, entonces busquemos otras alternativas. Por ejemplo, la boleta única, en papel o electrónica, hace que el costo de una elección se reduzca a un cuarto de su valor. Si de austeridad hablamos, entonces propiciemos cambiar la ley electoral y eliminar la boleta sábana y con esto conseguimos el ahorro buscado.

Por otro lado, no descartemos una tercera opción que está entre lo actual y lo propuesto que sería que en un turno electoral se votara solo lo legislativo y en otro turno solo lo ejecutivo. De eso modo se gana en calidad ya que la atención del votante se centra más en lo que representa ese voto.

Lo del ballotage, no es ahorro ya que agrega una elección más. Con esto parece que hubiera cierta contradicción, aunque pienso que la democracia debe medirse no como gasto sino como inversión, aunque siempre siendo muy cuidadosos en la calidad de ese gasto. Entonces desde la perspectiva de mejora del sistema, la idea del ballotage es buena y oportuna.

Respecto a la igualdad de géneros, la autonomía municipal, mejores controles y el equilibrio fiscal, son temas a mi entender, indiscutibles y está bueno darles rango constitucional, aunque ya funcionan, y podrían funcionar mejor, solo por la vía legal. Por lo tanto, pareciera que estos son los temas que maquillan el proyecto y creo que está bueno darle valor también al maquillaje, ya que la estética constitucional mejora la calidad de la misma.

Cambio la música, pongo On Ira de Zaz y paso a un modo más reflexivo y trato de comprender…

Entiendo que la política es endogámica por que tiene miedo. Lo que no logro entender es miedo a que. ¿El miedo es a perder privilegios sectoriales o el miedo es individual de ciertos políticos de perder un espacio que creen que les corresponde por derecho divino y eternamente?

Si realmente se quiere una constitución más cercana y adecuada a los nuevos tiempos, pensemos en un paquete de reformas, muchas de las cuales podrían ser solo leyes. Por ejemplo: ¿Por qué no facilitamos que cualquier ciudadano que se organice adecuadamente pueda presentarse en elecciones? ¿Porque no podemos tener representantes independientes en la legislatura y en los concejos? ¿Porque, por ejemplo, una expresión como puede ser el Mendoexit, o los defensores del agua o los defensores de la minería, no pueden organizarse y generar su propia representación y están obligados a caer en las fauces de una estructura partidaria? Para esto se podría reformar la ley de partidos políticos para permitir que cualquier grupo de ciudadanos pueda organizarse y competir en elecciones como “partidos independientes” (no pongan el argumento del artículo 38 de la constitución nacional, porque no aplica).

¿Por qué no se cambia de una vez por todas el sistema de votación y vamos hacia la boleta única que permitiría un ahorro gigante de recursos y una optimización del cuidado del ambiente?

¿Por qué no se introducen conceptos de gobierno abierto, mecanismos de participación ciudadana y herramientas de democracia semi directa?

¿Por qué no se eliminan organismos elefantiásicos como el IPV y se pasan sus competencias a los municipios? De ese modo se logra un doble impacto de austeridad y mejora de la autonomía municipal.

¿Por qué, para ahorrar y eficientizar la gestión, no se unifican órganos con competencias similares?

¿Por qué no se unifican también órganos de contralor y de ese modo se mejora la calidad, temporalidad e integralidad del control? Esto aplica tanto para el control al poder, como para el contralor de los servicios públicos. ¿Por qué no posibilitamos, además, mecanismos de control ciudadano?

¿Por qué no se redefine la ley de ministerios y se piensa más con lógica de transversalidad de las políticas públicas y no con la lógica de compartimientos estancos actual? De esa forma seguramente se reducirían gran cantidad de programas y estructuras superpuestas.  

En conclusión, en lo personal estoy muy de acuerdo en que se discuta la reforma constitucional, aunque no priorizando los intereses de los partidos por sobre la perspectiva del ciudadano común. Negar la discusión, es negar la posibilidad de mejora de la calidad institucional de Mendoza y soslayar la ocasión para acercar la política a la gente, para que esta se sienta legítimamente representada. Aprovechemos la oportunidad. No nos quedemos cortos con los alcances y hagamos todo lo que ya sabemos que hay que hacer.

                                                                                                                                                                                       Sergio Miranda

P.D. Me gustaría que la ley que declare la necesidad de la reforma exprese claramente que el cargo de Convencional Constituyente será ad-honorem y que además todo ahorro que se genere por la reforma política sea destinado a inversión educativa y que no pueda ser afectado a gastos corrientes.

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