Soberbia mata legado
Tres pequeñas historias. Un chef, un enólogo y un periodista, en un mundo signado por los egos.
Esta es la historia de tres personas que se encuentran acompañadas de manera casi constante por el ego, esa condición innata de todo ser humano y que siempre, pero siempre tiene doble intenciones.
Los egos los vemos todos, cada uno en su mundo puede encontrarlos. En mi mundo, yo también los tengo a mano.
El ego, en un abrir y cerrar de ojos puede destruir todo lo que lo lograste. Traicionero como pocos, en cada una de estas personas de las que les contaré, tiene un efecto devastador.
Un chef que no cocina
Resulta que durante años existió a orillas del mar mediterráneo, un cocinero extremadamente capaz, disruptivo y con ideas que reconfiguraron el “status quo” de la gastronomía del momento.
Para ese momento, en donde el sistema corría en “automático”, salir con ideas nuevas y creativas lo transformó en trending. Y como todas las modas, muchos se acoplaron a esas ideas. Entonces lo que fue disruptivo, con el tiempo se transformó en el estándar.
Pero sin duda que se trataba de un éxito. Todos querían ir a su restaurante, conocerlo, sacarse fotos... en fin. Ahí es cuando el ego encuentra el caldo ideal para ese plato.
Hasta en la fonda más simple de ese pueblo perdido de la Europa Continental había espumas y humos especiales. Claro que dura, lo que la espuma y el humo en el plato. Y al poco tiempo, la simpleza, la interpretación de cada uno de los chefs de su lugar, los productos de la zona, volvieron a estar en los platos de ese restaurante único.
Hoy es un chef reconocido mundialmente, sin dudas afectado por el ego y donde su legado más importante son esas espumas y algunos humos. El repite ese mismo concepto a cada lugar donde va. Sin dudas se nota como el ego lo alejó de su cuchillo.
La selfie del vino
Sin caer en conductas endogámicas y con cierto sentido de la objetividad, la “relevancia” de los enólogos es casi una propiedad de la Argentina. Es diferente en las otras tierras donde hay la producción de vinos, el lugar central lo ocupa la bodega, el terruño o sus propietarios.

Es un hecho positivo poder diferenciarse con algo y hasta puede resultar alentador darle cierto crédito a una persona porque hizo un vino rico.
En Mendoza, tierra del sol y del buen vino, hubo un enólogo que interpretó tan bien, de manera tan precisa la zona que trabaja, que logró comprender ese complejo lenguaje que existe entre lo que dice la naturaleza y lo que percibimos los seres humanos. Creó vinos increíbles, dignos de ser admirados por el mundo, capaces de ponerse a la altura de cualquier ejemplar global.
Y como es común en estas tierras, se encontró con las selfies, con personajes que jamás pensó que conocería gracias al vino, y con una situación ideal para que el ego comience su accionar.
Entonces, como la función central del ego es sacarte de la humildad, empezó a garabatear todo. Y lo que era fácil de identificar, se volvió complicado de dilucidar. Ya no dibujaba, hacía garabatos. El ego lo mutó.
El periodista adulador
Si hay una función esencial del periodismo, es la de informar. Y llegar a la información puede generar incomodidades. Un periodista debe poder hacer y hacerse preguntas que lo incomoden primero, y luego que intenten reflejar lo que muchos quieren preguntar, más allá de esos lugares incomodos.
Existió en algún lugar del país, un periodista que se planteó un particular objetivo: sólo quería rescatar lo bueno de cada situación, de cada persona. Cansado de las pálidas y de siempre tener que indagar en temas incómodos.
De hecho, le fue bastante bien y su mundo se transformó en una especie de espacio “mágico” donde todo era armonía. Los personajes a los que entrevistaba y casos que cubría siempre querían tenerlo en sus filas. Siempre contaba lo lindo. Y entonces, le empezaron a hacer creer que era un gran periodista. Claro: no incomodaba. Otro lugar maravilloso para que el ego desarrolle su hábitat.
¿Cómo terminó? La verdad no sé muy bien. Supongo que contento y feliz de la vida.
Conclusión
Sabemos que en todas las profesiones hay “diversidad”, y estas no dejan de ser historias ficticias. Pero es curioso, como con el paso de los años, quizá la herida más grande del ego sea difuminar el legado.