Opinión

Muchachitos, ahora nos volvimos a ilusionar

Argentina ganó y arrancó el manijeo. En un país habitualmente golpeado, el fútbol parece ser ese calmante para salir de las malas al menos por un rato.

Amadeo Inzirillo
Amadeo Inzirillo miércoles, 24 de mayo de 2023 · 11:00 hs
Muchachitos, ahora nos volvimos a ilusionar
Foto: EFE

El auto no me arrancó esta mañana, uno de esos problemas de batería que pensé que pasaban solo en invierno, y el día arrancó a contratiempo. Con tal de que no me rajen del laburo tuve que pedir un taxi, algo que también le jugó una mala pasada a un bolsillo que no está para derroches a esta altura del mes. Eran las 6.15 de la mañana cuando me subí, y si bien siempre trato de ser simpático en esta situación puntual con el conductor de turno, el contexto claramente no ayudaba.

Me limité a decirle la dirección de mi trabajo y automáticamente me dediqué a mirar por la ventana (porque a las 6 de la mañana en WhatsApp no pasa mucho). Hasta acá, crónica de una muerte anunciada, más aún porque el taximetrero empezó a hacer de las suyas. Siempre tuve la teoría de que hay dos tipos de taxistas: el que se queja de todo (principalmente del país) y el que intenta ser amable y saca temas de conversación. Los dos, siempre con la radio de fondo y con el estado del clima como primer tema de conversación.

Y el tipo arrancó, más allá de la rutina de las bondades del tiempo, a hablar de la Selección argentina y este equipo del Mundial Sub 20: "¡¿Vos viste lo que juega este pibe Souflé?!", dijo, en clara alusión al delantero de la Juventus. Estaba la opción de dejarla pasar pero entendí que era un posible error que podía darse en los siguientes viajes de su día, por eso preferí decirle que el jugador se llama Soulé. A partir de ahí, al chofer se le destrabó un nivel que le permitió tomar la posesión de la charla, más allá del plástico que seguro instaló en épocas de covid y convirtió a su taxi en un dos ambientes.

Como aquél equipo de Leo en 2005, este empieza a ilusionar.

El conductor me analizó el partido con Guatemala por lo que escucha en la radio, porque pasa 12 horas arriba del auto laburando. Me dijo que era futbolero y que había jugado en Boca de Bermejo hasta que fue papá y la falta de guita lo retiró antes de ser un volante tapón de Primera. Ahí entendí que la charla ya entraba en un quiebre hacia la vida personal, en esa delgada línea que puede ser un abismo. Me quedaban todavía unas 30 cuadras.

En la charla (en realidad su monólogo) me comentó que tiene a su mamá con serios problemas de salud, pero que no puede pagar un geriátrico, entonces, al llegar de la calle se dedica a cuidarla y que por eso dejó el turno noche del taxi, que según sus cuentas es más redituable. Se animó a decirme que su esposa lo dejó porque estaba enamorado de otro tipo y que con su hijo no se habla porque jamás aceptó la separación. El remate fue que se tiene que ir de la casa donde alquila porque le vence contrato y se le aumenta al doble ahora en junio, al que le falta una semana para llegar, sin tener todavía adónde ir a parar (él y su madre).

Tuve que dejar de mirar la ventana y reincorporarme en el asiento... Y yo que pensaba que una batería vencida era un problema. Acá, en estos momentos, le agradezco al fútbol, ese idioma universal para salir de cualquier tipo de situación incómoda. Hablar de fútbol es como la tarjeta para salir de la cárcel del Monopoly, solo que aplica para velorios, casamientos, anuncios de muertes, charlas con parientes desconocidos de tu esposa y una larga lista más de situaciones difíciles e incómodas.

Le dije que además de periodista era futbolero, que también tengo vencimiento de contrato en puerta y que la peleo todos los días laburando unas cuantas horitas más que esas ocho horas que alguna vez rigieron para un trabajador normal argentino. Que esa sobrecarga de tiempo es porque todo siempre cuesta un poco más y la famosa inflación te va liquidando el sueldo, algo en lo que seguro el taxista tiene un máster a esta altura por escuchar tanta radio.

Cuando me estaba por bajar, el taxista no era un amigo... pero casi. Me preguntó cuándo volvía a jugar Argentina. Le dije el viernes a las 18: "Me viene bárbaro porque voy a estar en el taxi, así que lo voy a escuchar tranquilo. ¿Qué querés que te diga, pibe? Ya estoy ilusionado de nuevo. Pensé que como era Sub 20 no me iba a mover nada. Pero viste que ves la camiseta, el himno, la gente y es imposible no estar manija. Es más, son las dos horitas en las que dejo los bardos de mi vida en suspenso guardados abajo de la alfombra".

Le agradecí, ante la imposibilidad de darle la mano por el nylon que lo ponía del otro lado del dos ambientes, y al bajarme entendí que en este país cagado a palos, de inflación, inseguridad y quilombos varios a cada segundo, el fútbol todavía es para muchos ese calmante que te permite ser feliz, al menos por noventa minutos. Y que es por culpa del fútbol, muchachitos del Sub 20, que ahora nos volvimos a ilusionar. 

 

 

 

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