Historias

Cuando Pedro Molina fusiló al “Negro” Barcala

Lorenzo Barcala fue fusilado y eligió tener los ojos abiertos para el desenlace. Era el fin de una historia cargada de significado para Mendoza y el país. Peleas internas, violencia, debate y pasiones en la historia de Mendoza.

Gustavo Capone
Gustavo Capone domingo, 7 de agosto de 2022 · 09:02 hs
Cuando Pedro Molina fusiló al “Negro” Barcala

Empezaba agosto de 1835. En la plaza principal de Mendoza era fusilado Barcala. El lugar estaba abarrotado de curiosos. Ese era un espectáculo público que un hombre no se podía perder y al cual las mujeres tenían vedado concurrir. Lorenzo Barcala no aceptó que le vendarán los ojos y optó por quedarse erguido para esperar el desenlace fatal. Así moriría “el Negro”. De pie; como para agrandar su leyenda ante la vista de todos.

Fue acribillado por cinco tiradores el 1 de agosto de 1835. A muy pocas cuadras de la casona donde él creció como sirviente y en el mismo lugar donde él precisamente en 1821 fuera el oficial encargado del fusilamiento de José Miguel Carrera.  

Ha muerto Barcala; el que luego será elogiado por Sarmiento en “Facundo”.  El primer “oscuro” que llegó a coronel. Y mientras los testigos se dispersaban dos negros como Barcala limpiaban el mar de sangre que inundaba la vereda de la plaza. Eran tiempos bravos que tenían a Pedro Molina por tercera vez como gobernador de Mendoza y al Fray Aldao como el máximo caudillo federal de la región. 

Aldao.

Valió la pena estar juntos

Había pasado un rato de aquellos tiempos cuando Molina y Barcala luchaban juntos. En aquel entonces se rompían el alma por la misma bandera peleando a sangre y fuego por la independencia de la patria. Los unía San Martín y la gesta libertadora. Ambos sudaban la “gota gorda” mostrando su patriotismo a flor de piel. En ese escenario batallaban mancomunadamente el hijo de un millonario Alcalde, el aristocrático Pedro Molina y Sotomayor, pujando “a brazo partido” por echar a los godos de América con el esclavo “pardo” afrodescendiente Lorenzo Barcala, quien tomará como era usanza en la época el apellido de Cristóbal Barcala, su supuesto “amo y señor”.  

Y así como el combate premia el coraje y la determinación (indudables características personales tanto en Barcala como en Molina), y por otro lado el abolengo y la prosapia no valen nada para evitar el sablazo del enemigo, también debe decirse que las clasificaciones preestablecidas en la composición de los cuerpos militares y la estrategia de guerra, mal que nos pese, demostrarán como sostuvo Orwell en su Rebelión en la Granja (1945) “que todos los animales son iguales, pero algunos más iguales que otros”. Pedro Molina integraba el Regimiento de “Cívicos Blancos” que marchaba a la retaguardia y Lorenzo Barcala el Regimiento de “Cívicos Pardos” que componía la punta de lanza de la infantería conocida como “la carne de cañón”. Era otro momento aquel 1817, y ahí juntos, Molina y Barcala, el blanco y el negro, munidos de un objetivo superior partirían con el ejército liberador.

“¿Compañero cuándo fusilará a ese negro?”

El tiempo va corriendo vertiginosamente, pero no nos privará de un pequeño repaso sobre Barcala hasta el fusilamiento de agosto del ’35. Mientras tanto las intestinas luchas internas nos estaban devorando.

Si había alguien que odiaba a Barcala era Aldao, quien como Comandante General de Armas de Mendoza desde el Fuerte de San Carlos ejercía una enorme injerencia en la política provincial y nacional basada en su estrecha relación con Rosas.

“El Negro” Barcala era un duro. Venía marcando la cancha en los conflictos internos de Cuyo.  Su prestigio se había incrementado tras la guerra contra Brasil (1826) donde será tomado cautivo y quedará libre por un canje de prisioneros. Tras su libertad, se convertirá en seguidor de Lavalle y Paz transformándose en un ferviente unitario; peleará en La Tablada (Córdoba - 1829) y en "la laguna larga" de Oncativo (1830). Creará el batallón de libertos "Cazadores de la Libertad". Estará en Rodeo de Chacón (Santa Rosa - 28 de marzo del 1831) enfrentando a Facundo Quiroga y Aldao. Derrotado en La Ciudadela (Tucumán - diciembre de 1831) será apresado por Quiroga y ahí comenzará otro capítulo.

Enterado Aldao que Quiroga lo había capturado a Barcala, correrá a su encuentro donde le reclamará al riojano por qué no fusiló al negro ya que había sospechas ciertas que Barcala, buscaba conspirar contra el gobierno mendocino de Molina.

Muy por el contrario, Quiroga lo veneraba a Barcala y le había dado protección a pesar de haberse enfrentado varias veces en el campo de batalla.

Barcala era desafiante. "He fusilado a sus camaradas, pero a usted lo he perdonado e indultado"; le habría dicho Facundo, quien redoblando la apuesta le preguntó al negro mendocino: "¿Qué hubiera hecho usted, si me hubiera tomado preso?". "Lo hubiera fusilado Quiroga"; respondió tajante Barcala.

Pero pronto, en Barranca Yaco, será asesinado Quiroga (16 de febrero de 1835), y Barcala entonces volverá a quedar sin protección, pero también sin compromisos, volviendo a pensar en una revolución contra el gobierno mendocino.

Pedro Molina: primero Mendoza

Molina empezaba su tercera gestión gubernamental. Sería la más extensa. Desde el 4 de agosto de 1832 hasta el 8 de febrero de 1835 como Gobernador interino, y a partir de esa fecha hasta el 20 de marzo de 1838 como Gobernador titular de la Provincia.

Pedro Molina.

“La inquietud administrativa de Molina hace por momentos olvidar a los mendocinos las luchas intestinas”, sostendrá Jorge Scalvini en su obra: “Historia de Mendoza” (Editorial Spadoni. 1965), a lo que agregará elogiándolo: “se preocupa por la instrucción pública estableciendo un decreto para obtener fondos para las escuelas (…) pero también dicta Reglamentos de Estancia y de Justicia y la ley de límites provinciales”. Además, reinicia gestiones con Chile para lograr un tratado de comercio que beneficie a los productores mendocinos y finalizando su interinato en 1835 elevó un informe donde sostuvo que en un año de gobierno reparó el erario público; pagó gran parte de la deuda existente; sufragó los gastos de guerra contra las invasiones indias del sur; cancelando la deuda con los proveedores del estado y restituyó los montos que forzosamente Quiroga les exigió a comerciantes y productores; canceló las deudas de maestranza, vestuarios y manutención de las milicias de fronteras; pagó los gastos de un censo que efectuó; organizó el Departamento de Policía; mejoró los departamentos de campaña; reedificó el mercado de la ciudad; construyó un puente sobre el arroyo Las Flores; equipó las capillas de los curas de campaña; terminó un nuevo hospital e inauguró dos escuelas: una en Ciudad y otra en San Vicente (actual Godoy Cruz). Finalmente concluyó su informe: “dejo un superavit en las arcas fiscales de 617 pesos con 2 reales”. Y todo en tiempos de guerra. Obviamente, casi todos le pidieron que siguiera gobernando.

Preocupaban las intrigas de aquellos que llamándose federales “se constituían por su mayor ilustración en núcleos de influencia sobre el gobernador” favoreciendo la intromisión de Buenos Aires y sojuzgando a Mendoza

La conspiración de Barcala

Por ese entonces han aparecido cartas que delataban a Barcala como un conspirador contra Molina. Pero en el fondo el problema de Barcala, como sostendrá en su análisis el historiador Vicente Sierra, no es tanto de unitarios y federales, sino que le preocupaban las intrigas de aquellos que llamándose federales “se constituían por su mayor ilustración en núcleos de influencia sobre el gobernador” favoreciendo la intromisión de Buenos Aires y sojuzgando a Mendoza. Por ende, imaginó un plan de incorporar las provincias de Cuyo a Chile. Una ingenuidad total que fue delatada hasta por el propio gobierno chileno. Precisamente esa era la prueba que Aldao y Molina necesitaban.

Apresado en San Juan fue traído a Mendoza donde le libraron un juicio.

“Mi propósito era variar la administración de un modo pacífico, sin derrame de sangre, escogiendo después entre los partidos los mejores hombres para el gobierno”, habría sostenido Barcala en el interrogatorio.

“¿Qué tiene usted contra Buenos Aires?”, replicará el fiscal. “Quisiera la más absoluta neutralidad en todos los asuntos. Que Buenos Aires no se meta en nada”. Mientras tanto el fiscal insiste: “¿Hubiera actuado contra Aldao?”. Barcala no dudó: “Solo una gota de sangre derramada hubiera sido un obstáculo para la conciliación. Pero nada nos hubiera detenido en el caso de resistencia”. No negó la conspiración ni se retractó de nada. Había escrito su sentencia.

A las 12 de la mañana del 1 de agosto de 1835 era fusilado. Su muerte dará nacimiento a otra leyenda mendocina, convirtiendo a los protagonistas en inmortales actores del imaginario colectivo. Barcala, Molina, Aldao, no deberán morir jamás. Esa es la función de escribir historias: derribar los muros para encontrar lo que siempre estuvo ahí.

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