Historia ejemplar

María Fernández, la educadora que fundó una escuela en medio de la pobreza

A fines de los '70, ella junto a su esposo Luis Ruíz fundó las bases de la escuela Padre José María Llorens, ubicada en el barrio San Martín. Desde entonces, la institución ha formado a miles de niños, niñas y adolescentes. En esta nota, la vida y obra de una docente que aprendió de la pobreza.

Zulema Usach
Zulema Usach lunes, 15 de agosto de 2022 · 08:33 hs
María Fernández, la educadora que fundó una escuela en medio de la pobreza
María Fernández trabajó de manera incansable para fundar, junto a su esposo, la escuela José María Llorens. Foto: Maximiliano Ríos/MDZ

Cuando María Fernández (74) supo que el padre jesuita, cuya imagen hoy es símbolo de amor, comprensión y opción por los pobres, José María Llorens había dado su consentimiento para que ella junto a su esposo, Luis Ruiz (ya fallecido) vinieran a trabajar en materia de educación desde las bases, su mirada del mundo se completó. "Para ayudar a los pobres, hay que estar con los pobres, vivir como ellos", le había dicho el sacerdote que en los años '60 se había instalado en Mendoza para iniciar una obra que trascendió todas las expectativas: construir un barrio y una escuela para revertir la realidad de cientos de familias que vivían en medio de la pobreza extrema.

Fueron María y Luis, quienes movilizados por su férrea convicción de que solo con educación es posible "salir del pozo" para mejorar vidas, llegaron desde Nicaragua hasta Mendoza (justamente donde hoy está emplazada una de las barriadas más pobladas del Gran Mendoza) y sin dudarlo se pusieron manos a la obra. Esos años de esfuerzo extremo quedaron en los mejores recuerdos de su memoria. Incluso fueron plasmados en un libro, al que llamaron "Escuelas felices y eficaces en contextos vulnerables". Lo escribieron juntos, en los peores momentos de la pandemia de covid, 

Una vida de entrega que se plasmó en hechos

María mira al pasado y expresa que no cambiaría ni una sola pieza de cada segundo vivido. Porque en definitiva, asegura, la balanza después de toda una vida de entrega a la educación resultó favorable para ella, en todos los sentidos. Dice que de las familias pobres aprendió a desprenderse, inclusive, de todos los preconceptos. 

Especializada en Ciencias de la Educación, esta docente de vasta experiencia y de convicciones claras tiene la certeza de haber sembrado semillas a base de mucho amor, paciencia y sobre todo, vocación de educar. Educar en la pobreza. Asegura, de hecho, que ella es quien a lo largo de los años aprendió tres ejes básicos que deben funcionar de manera sinérgica para que la educación de calidad sea posible: comprender que aún en contextos de pobreza es posible revertir el fracaso escolar, trabajar con la escuela y los docentes para hacer posible ese objetivo y priorizar el trabajo conjunto con las familias.

María, en la puerta de la escuela que vio nacer.

"Si estos tres factores se dan de manera complementaria, entonces la educación de calidad es posible", asegura María, quien eligió vivir en el mismo barrio que colaboró a fundar. Había vivido en Buenos Aires, España y Nicaragua. Estando allí y a punto de viajar a colaborar en las favelas de Brasil, decidió elegir a Mendoza como su lugar en el mundo. Se quedó en estas tierras y tomó el desafío de educar con el ejemplo.

La educación como eje de los cambios

Escuchar a María significa encontrarse con la voz de una experiencia impregnada de la ternura, el trabajo y el sacrificio docente. Cada frase suya deja una enseñanza y cada enseñanza, una reflexión plagada de vivencias y situaciones donde el ejemplo enseña por sí mismo. "La educación no cambia el mundo, pero sí a las personas que van a cambiar al mundo", dice María como si fuese una síntesis de la obra que ella misma creó: fundó una escuela para que los niños y niñas que a fines de los '70 vivían sumidos en la miseria, el abandono y el fracaso escolar, pudieran a través del aprendizaje, reconstruir sus vidas; incorporar herramientas para poder salir adelante. Ellos, ellas y sus familias, asegura María, fueron los rostros de una realidad que ella junto a Luis se comprometieron a cambiar.

La escuela Padre José María Llorens, ubicada en el barrio que creció gracias al ímpetu y el compromiso inalterable del amado sacerdote jesuita, comenzó a funcionar en 1984 como un centro donde niños y niñas podían recibir clases de apoyo. Con recursos de la organización internacional Emaús y la cooperativa que por entonces funcionaba en el barrio, el sueño comenzó a ser una realidad.

Y allí estaba María, con su destacada formación y experiencia previa con las comunidades más pobres de Managua, educando, dejando huellas, transmitiendo valores. Ella y Luis, enseñaron con el ejemplo. Se quedaron viviendo en una piecita de una de las casas que recién construía la cooperativa que había empezado a modificar el escenario de abandono, para darle forma a un barrio con casas de material. Recién después de tres años, María junto a su esposo, se fue a habitar la casa donde vive hasta hoy.

Su misión de haber educado a generaciones de niños, niñas y adolescentes, no culminó con su jubilación. Lejos de eso, María es en la actualidad una referente en materia pedagógica a la que docentes nuevas (y no tanto) se acercan a consultar. "A las cinco de la tarde recibo en casa a algunas docentes", dice. Su labor, de hecho, no cesa y el nivel logrado en la institución educativa ha sido merecedora de notables reconocimientos a lo largo de los años.

Casi a diario, ella se acerca a la escuela, hace aportes y colabora en todo lo que puede. Nunca se aleja, más bien, sigue nutriendo el andar de educadores/as. Es como si en cada muro de esa institución, permaneciera el sello de sus enseñanzas, el amor impreso en todos los esfuerzos por dejar huellas, por cambiar realidades.

El sueño cumplido y la dedicación que no cesa

La permanencia de más de 400 niños, niñas y adolescentes que en la actualidad asisten a esta escuela, es la prueba irrefutable de que su objetivo se cumplió. "Hemos tenido grandes satisfacciones con una alta cantidad de egresados", reflexiona y sintetiza el logro conjunto con la comunidad educativa en una metáfora: "las semillas que se plantan luego crecen; eso es una realidad", dice al reforzar la idea de que con pasión, ilusión y esperanza sí es posible llevar adelante la tarea docente. Por el contrario, aclara, "cuando nos quedamos en la limitación, entonces no es posible hacer nada".

Como educadora de años y con la autoridad que marca la experiencia, María comparte su visión acerca de cómo debe ser considerada la labor docente: "los docentes deben ser profesionales, pero también deben ser remunerados como tales", recalca al dejar al descubierto todas esas horas de labor que exceden los límites aula y que involucran mente, corazón y energías para dar lo mejor cada día. "La educación es lo que realmente provoca cambios en la sociedad. Si las políticas públicas no colaboran a reforzar la tarea docente, entonces eso de alguna manera repercute", asegura María consciente de la actual situación que hoy atraviesa el sector de la educación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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