Messi, parte I

El campeonato de fútbol de potrero donde Lionel Messi, por ahora, tiene prohibido jugar

Una cancha de tierra en medio de una autopista se convirtió en lugar de resistencia: fútbol como el de antes, amigos y reglas claras. Tanto, que Messi no puede jugar. Por las dudas, hay una 10 reservada. Historias de gente feliz detrás de una pelota.

Pablo Icardi
Pablo Icardi lunes, 15 de agosto de 2022 · 07:00 hs
El campeonato de fútbol de potrero donde Lionel Messi, por ahora, tiene prohibido jugar
Ramón, en su rol de DT, mira y analiza Foto: Pablo Icardi
ver pantalla completa

Las probabilidades de que un partido se suspenda momentáneamente porque un auto chocado ingresó a la cancha son bajas. Que dos perros le quiten la pelota a un jugador alterando el orden, también. O que un hombre de 72 años aún tenga sed de gloria correteando una pelota número 5; que con medio tiempo por jugar por delante alguien coma una empanada para ganar energías y aún se sienta competitivo. Mucho menos probable es que todo eso ocurra al mismo tiempo. Pero es lo que pasa en esa cancha de tierra y piedras clavada en medio de una autopista, como señal de resistencia.

No es el verde césped de la bombonera, ni la gramilla que recorren como en patines los jugadores del Camp Nou. En esta cancha la pelota pega saltos como si tuviera hipo y por eso dominarla exige una pericia mayor.  Por ahora Lionel Messi tiene el ingreso prohibido, pero hay una camiseta número 10 reservada por si alguna vez el mejor jugador del mundo cumple el derecho de admisión estricto que tienen los ligueros del “Corredor del Oeste”, donde el fútbol aún vive.  Tienen 50 años o más y mil historias ligadas con la pelota. Componen una paradoja de ese deporte híper mercantilizado: los futbolistas profesionales tienen serios problemas con el retiro, cuando aún son jóvenes. Ellos, viven y disfrutan el juego luego del retiro de sus empleos formales.

Ramón y Carlos, los gestores de sueños en el Corredor del Oeste. 

 

Es sábado; temprano. Carlos Azcurra se queja del dolor que le produce la hernia de disco, pero recorre el baldío con un tacho lleno de cal. Sigue la línea que le marca Ramón Zúñega al otro lado y el lugar comienza a transformarse en una cancha: dimensiones oficiales, áreas rectangulares y un círculo central perfecto. “Tenés un compás…”, bromea Ramón. Ambos son los primeros en llegar. Ramón organiza un torneo que no tiene nombre definido; pero el escenario funciona desde hace 4 décadas. Es pintor de autos y ahora amortigua el trabajo intenso con ese placer que le da la pelota. Ya no juega, pero es organizador, técnico y estratega.

El baldío se convierte en cancha, con la cal y el trabajo. 

Si de fútbol se trata, Ramón no se saca de la cabeza nunca los partidos de su infancia sobre calle Pedernera, de San José, donde creció, hizo amigos y aprendió a jugar. “Esto es la vida de nosotros. Lo disfrutamos mucho. Yo ya no juego, pero organizo, llamo, armo equipos”, dice el hombre que tiene el honor de haber fundado un equipo. “La Boca”, se llama. El nombre puede confundir. Aunque sí, Ramón es “bostero”, la referencia viene por otro lado. “Se llama la Boca porque lo que más les importa a los jugadores es abrirla para comer y hablar”, describe.

Su amigo Carlos tiene otro rol que puede parecer ingrato, pero es igual de apasionante. Además de preparar la cancha es árbitro; pues en el Corredor del Oeste alguien tiene que poner orden.

Jugar

Los jugadores no están en cámara lenta, sino que se toman con calma las cosas. Al calentar antes de un partido y también para jugar. Se enfrentan “La Boca” con “Los López”, que no son una familia numerosa llena de homónimos; pero así se llaman. No alcanzan a desperezar los músculos y un pique le juega una mala pasada al guardameta: uno a cero casi desde el vestuario. Luego cuentan que el arquero no es arquero, sino un defensor sacrificado. El “uno” titular estaba de turno en una clínica y el suplente tuvo que ir a otra clínica para cuidar a un pariente. Prioridades son prioridades.  Y cuando hay que sacrificarse, no se pregunta más: al arco y que sea lo que Dios quiera.

Fue falta, pero el árbitro no la vio.

Al costado de la cancha hubo cambio de roles. Ramón ya es el DT y Carlos es juez de línea; vestido para la ocasión. “Las reglas se respetan”, dice. Es la primera fecha del torneo y aún hay alguna pereza en los músculos y articulaciones de los jugadores. El “Biblia”, sin embargo, no baja la intensidad. Tiene rulos largos y lo mencionan todos. Tiene 72 años y no los parece. Se llama Dionisio, corre y es un tiempista eficaz en el fondo de la cancha. Afuera, entre bromas y estrategias improvisadas, suplentes, técnicos y ayudantes intentan revertir situaciones. Centros bajos, cabezazos y algún tiro desde afuera.

Gol: la cancha le jugó una mala pasada a un arquero solidario.

Hay un centro, jugadores en el área y, de pronto, un estruendo. El partido se suspende pero no por el ruido sino por invasión de cancha: dos autos choraron en la esquina y uno se metió dentro del campus, al borde del campo de juego. Hay riesgos particulares que en otro sitio no se encuentran. 

Un DT que ya es leyenda. 

Al costado, en una esquina, sentado en una pequeña sillita está Julio Coronel. Es una especie de gloria dentro de los veteranos. Es Director Técnico. Pero no cualquiera: es el DT campeón con su equipo de La Favorita (el barrio del oeste de Ciudad). Su partido es más tarde, pero él llegó antes para analizar futuros rivales. “Me fueron a buscar y bueno, los saqué campeón”, dice. Tiene al menos 5 títulos a cuestas, con equipos distintos. No es casualidad, entonces. “Esto es como en las inferiores, pero con gente grande…hay algunas mañas, pero se dejan llevar”, explica. El hombre respira el juego. Y tiene nostalgia. “Ahora no es como antes. Los dirigentes han matado al juego”, se queja. Julio empezó en cancha de tierra y con pelota de trapo, pateando hasta las 2 de la mañana con sus amigos en las calles 9 de Julio y Echeverría. Jugó en Huracán Las Heras y llegó a estar en el banco de un partido de primera. También viajó a San Juan para enfrentar a Peñarol. Hoy es DT; uno de los mejores. Por eso llega temprano aunque haga frío, se sienta en su pequeña silla y analiza los futuros rivales.

Ratisalil y empanadas

En el entretiempo se mezclan bromas con algún reproche airado. Hay olor a Ratisalil y elongaciones un tanto rígidas. Un niño aprovecha: vende empanadas recién hechas en su casa del Barrio Parque. Sabe vender: "Dele, son caseras (dato difícil de comprobar). Quedan siete nomás”, insiste. Un par de jugadores se animan: hay que recuperar energía. Detrás, ya hay humo de asado, el tercer tiempo se empieza a jugar antes. Miguel Ángel, que tiene 71, se ríe. Juega para Los López, pero no tiene problemas en hablar con el equipo rival. Fue taxista, camionero y fletero. Ahora, jubilado, es futbolista. Daniel González, su compañero de equipo, entiende todo. “Es un cable a tierra. A todos nos encanta el fútbol desde siempre. Y acá hacemos lo que nos gusta”, dice mientras espera su turno en el banco de suplentes. Luego, se “autosuma” al equipo titular.

Un entretiempo distendido. 

Se reanuda el juego, pero no dura mucho. Dos perros que parecen amaestrados le quitan la pelota a un defensor y a un delantero que se la disputaban. Con algo de vergüenza porque los canes demostraron más pericia, los persiguen. Los perros no se van. Partido suspendido, por segunda vez y, por segunda vez, por agentes externos.

Llega el equipo de Villa del Parque, otro de los 14 que juega la Liga. Sentados, se ríen y bromean. No hay inflación, no hay dramas, no hay problemas políticos. No hay jefes ni empleados. Hay fútbol. “Dejamos la semana y todos los problemas. El fútbol es sagrado. Juego acá desde los 35 y ahora tengo 58…imagínate. Es un cable a tierra”, explica Francisco Silvestre, que supo ser un carrilero destacado y hasta jugó por el ascenso a la A de la liga frente a Lavalle.

En el Corredor, se respetan las reglas. 

Ramón se lamenta por los goles errados. Porque algunas estrategias no salen. Recibe sugerencias, incluso de algunos rivales, pero no es lo fundamental. El humo del asado ya se siente. Adentro de la cancha hay algún picudeo con el árbitro, pero los calman entre bromas. Afuera, ganas de jugar y caras de gente feliz dentro del potrero más grande de Mendoza.

El equipo “La Boca” usa la camiseta del Barcelona. No la nueva, sino un modelo de años anteriores. Como los niños, se visten como lo que quieren ser. Y hay una particularidad. El Biblia usa la 14, está la 2, la camiseta 3 y casi todos los números corridos. Casualidad o no, nadie usa la 10 del Barcelona, un puesto vacante. Si alguna vez Messi quiere volver a usarla, acá tendrá un lugar, aunque no de manera incondicional pues, dicho está, hay derecho de admisión: cumplir 50 años y ganas de ser feliz dentro de un potrero.

Archivado en