El viejo de historia

El amor de Aurelia Vélez y Sarmiento en tiempos de Tini y De Paul

Desde un lateral, seis toques cortos y el VAR

Gustavo Capone
Gustavo Capone domingo, 4 de diciembre de 2022 · 08:00 hs
El amor de Aurelia Vélez y Sarmiento en tiempos de Tini y De Paul
Foto: Archivo MDZ

Escribiré el avance de una historia novelada. Un hecho verídico que siempre dará lugar a imaginar una nota más. No es literal, pero seguro no estuvo lejos de ser real.

“Hemos sido amigos inseparables por años. Juntos libramos terribles batallas arriesgando nuestras vidas contra feroces opositores. Defendimos contra ‘vientos y mareas’ nuestros ideales sobrellevando espalda contra espalda la agresión de irracionales enemigos. Hemos superados la calumnia, el oprobio, las persecuciones, las humillaciones. He sido tu fiel escudero en los temas más urticantes que la nación recuerde. Demostré lealtad extrema siendo tu confidente y consejero. ¿Te parece justo que me entere que eres el amante de mi hija Aurelia por los chismes que inundan la ciudad?”.

Durísimo. Imaginemos ese cuadro teatral. Un golpe en la mesa que voltea un candelabro mientras que el pedido de explicación denota un dolido reproche. La voz quebrada y llena de bronca es de Vélez Sársfield. La cabeza gacha es de Sarmiento.

Las cosas en su lugar

La “calentura” de Dalmacio pasaba por otro lado. Aurelia ya no era una “nena” y él mejor que nadie sabía que Sarmiento era un incorregible mujeriego. La defraudación seguramente provino porque no escuchó ni de Sarmiento ni de su hija lo que él merecía oír: “sabemos dónde nos metemos y nos la vamos a bancar”. Tal vez, ser él quien blanqueara la situación lo hizo sentirse subestimado, teniendo muy claro también que su posible oposición nada hubiera cambiado los hechos conociendo perfectamente con los “bueyes que araba”. Mira si Aurelia se iba a detener en la pelea por el amor de Sarmiento o si Sarmiento iba a claudicar cuando algo se le metía en la cabeza.

En esta nota no redundaremos una faceta reconocida por todos. Sarmiento fue uno de los estadistas más grande de la historia de nuestro país. Un progresista que se adelantó en décadas al curso de los nuevos tiempos e interpretó como nadie el valor sustancial de la educción para trasformar la matriz cultural, política y económica de Argentina. Hoy abordaremos otro costado. La historia de amor, poder, coraje y llena de prejuicios que unió a Sarmiento con Aurelia Vélez, quien además de su amante se convertirá en la principal operadora intelectual y política antes de la llegada del sanjuanino a la presidencia en 1868. 

Y quisiera aclarar una situación con relación a los prejuicios. Los prejuicios de su época debieron ser muchísimos, lógicos y hasta fundados. Además, los personajes involucrados magnificaban todo. Pero hubo otros prejuicios: los de la cultura y los historiadores, quienes trataron (durante siglos) la vida de los próceres sin involucrarse en estas cuestiones personales para “no ensombrecer su obra”, recurriendo a estúpidas ingenuidades con la pantalla gris de hacer figurar situaciones carnales como amores platónicos o simpatías de ocasión. Por favor. Aurelia y Sarmiento se amaron perdidamente. Con fuego y pasión, y eso no destiñó en nada la vida de estas personas. "Te amo con toda la pasión de que es capaz una mujer. Te amo como no he amado nunca, como no creí que era posible amar"; escribirá Aurelia a Sarmiento desde Buenos Aires. "Eres parte de mi existencia, porque cuento contigo ahora y siempre. Necesito tus cariños, tus ideas, tus sentimientos blandos para vivir"; responderá Sarmiento desde San Juan.

La vida te da sorpresas

Aurelia y Sarmiento se volvieron a encontrar cuando ella tenía 19 años. Sarmiento la había conocido en Montevideo siendo una niñita durante aquellos tiempos de exilio cuando tanto Sarmiento como Vélez Sársfield debieron abandonar el país por los avatares políticos imperantes.

El nuevo encuentro fue distinto. Fulminante. Aurelia era culta y bella; formada en los mejores colegios porteños y reforzada su instrucción a través de la personalizada educación que le brindaba un intelectual como su padre. Cuando Dalmacio escribió el referencial Código Civil Argentino, ella fue su secretaria. La tarea hizo que se incorporará a temáticas como política, historia universal, economía, derecho. En la biblioteca familiar había una extensa colección de los clásicos griegos. Aurelia había leído a todos. Amaba la literatura y escribía poemas. Era además la traductora de su padre. Sabía inglés, francés y latín. Tenía una convicción polemista que se manifestaba en provocadores artículos periodísticos.  Opinaba de arte como un especialista y le encantaba la danza. Cuando Sarmiento la volvió a encontrar quedó impactado.

Ese nuevo encuentro

El marco de ese encuentro se produjo a partir de la incorporación de Sarmiento a “El Nacional” fundado por Vélez Sársfield. Este diario revolucionó la historia periodística argentina. Fue el primer periódico de la tarde que publicó dos ediciones (mediodía y vespertina) y se caracterizaba por su fuerte sesgo político. El subtítulo lo definía: “Periódico Comercial, Político y Literario. Viva la Confederación Argentina”. Qué mejor para Sarmiento. Es ahí donde comenzarán las frecuentes reuniones con la familia Vélez, y sobre todo con Aurelia.

Hasta ese entonces ambas vidas eran complejas afectivamente. Distintas circunstancias amorosas habían marcado el corazón de Aurelia y de Sarmiento.

Aurelia se había casado a los 17 años con su primo, Pedro Ortiz Vélez, veinte años mayor y con quien convivió muy poco tiempo. La relación terminó abruptamente. En su libro “Argentina con pecado concebida” (Planeta; 2009), Federico Andahazi con ironía escribió textualmente sobre el asunto: “Pedro Ortiz, al llegar un día a su casa antes de lo habitual, abrió el ropero y se encontró un hombre oculto tras los abrigos. Mientras el furtivo visitante le explicaba entre balbuceos ‘que no era lo que parecía’, Pedro Ortiz desenfundó un revolver y le metió media docena de tiros ante los ojos espantados de Aurelia”.  Lo cierto fue que Aurelia tras el episodio volvió deshonrada a la casa paterna y Pedro fue declarado demente para evitar un juicio por homicidio.

La vida afectiva por el lado de Sarmiento también era complicada. “El padre del aula” siempre ostentó fama de “ojito alegre”. Por ese entonces (cuando se reencontró con Aurelia) estaba casado con Benita Martínez Pastoriza. La había conocido en el exilio chileno mientras Benita era esposa de Domingo Castro y Calvo. Sarmiento también visitaba seguido la casa de Castro y Calvo. Eran tiempos en que “bailes públicos, sociedades, máscaras, teatros, me tuvieron siempre a la cabeza”, confesaría Sarmiento. En paralelo, el gobierno chileno lo enviará a estudiar los sistemas educativos a EE.UU. y Europa. A su regreso Benita había enviudado. Y ahí comenzará la relación “formal” entre ambos que ya llevaba varios “abriles” según los vecinos.

Sarmiento se casará con Benita; adoptará a Dominguito (hijo de Benita, a quien “las malas lenguas” también se lo atribuyeron al sanjuanino) y volverá al tiempo a vivir al país. Benita se quedará en San Juan junto a su suegra Paula Albarracín, con Dominguito y también con Ana Faustina, la otra hija de Sarmiento fruto de la relación adolescente con María Jesús del Canto cuando Sarmiento era maestro rural en San Francisco de El Monte. La historia de los manuales nos dirá que todos tejían y jugaban armoniosamente en el telar de Doña Paula bajo una higuera. (Ponele).

Así como Benita se quedará en San Juan, Sarmiento se mudará a Buenos Aires a trabajar al diario de los Vélez. En simultaneo será nombrado Jefe del Departamento de Escuelas. Continuarán sus viajes, y la postre, será electo Gobernador por San Juan.

Sintetizando: la relación con Benita se romperá. La distancia y los viajes habían hecho estragos (probablemente a ella no le gustaba tampoco la costura), pero fue determinante el hecho que Benita encontrara varias cartas donde Sarmiento y Aurelia se juraban amor eterno.

“La mujer del presidente”

 “Los avatares de la época son imposibles de describir en pocas palabras, pero podría decirse que el país se ordenaba y desangraba en la misma proporción. Y Sarmiento era una de las columnas de ese momento histórico” (P. Raffo).

Pero hay más en este cuadro político y cultural de la época. Aurelia tras el asesinato cometido por su marido fue obligada a abortar de un embarazo que llevaba meses. Es ahí donde aparecerá Sarmiento y la rescatará del escarnio público y la condena social.

La tumultuosa vida política del sanjuanino había hecho que Sarmiento fuera nombrado en 1864 como ministro plenipotenciario en Estados Unidos. Son tiempos de Mitre presidente. Ya había escrito “Facundo”, “Viajes” y “Recuerdos de Provincia”. Es en ese momento donde irrumpió Aurelia definitivamente en la escena.

La correspondencia entre ambos no cesó nunca. Aurelia fue mucho más que “la amante de Sarmiento”. Ella no solo lo mantenía informado de lo que sucedía en el país. Operaba activamente con notas periodísticas firmando con seudónimos masculinos. Se reunía con adherentes y se convirtió en la principal activista, junto a Lucio Mansilla, buscando apoyos políticos que lograran convencer a Mitre para que promoviera a Sarmiento como presidente. Y lo lograron.

Sarmiento llegará a la presidencia en 1868. "La inteligencia de Aurelia no se limitaba simplemente a transmitir información o a realizar algunas gestiones. Alcanzó también a desbaratar intentos de boicot a esta candidatura que algunos adversarios urdieron usando a su propio padre”. (Araceli Bellotta. “Aurelia Vélez, la amante de Sarmiento”. Planeta. 1997).

Hasta que la muerte nos separe

 “Se meten en mis sábanas porque es la forma más eficaz de destruir la honra de un hombre”, sostenía Sarmiento ante la andanada de críticas de sus opositores que difundían sus amoríos. Ese era su supuesto “lado flaco”, diríamos hoy.

Ida Wickersham, su profesora de inglés en EE.UU. se enamoró perdidamente de él y quiso venirse a Argentina. Rosa Pavslovsky, médica rusa, también figurará entre las enamoradas de Sarmiento. La contrató para que viniera a Mendoza en momentos de la epidemia de cólera provincial y no pudo resistirse al sanjuanino.

Pero el gran amor fue Aurelia. Yendo a visitarla sufrió un atentado que por su sordera nunca se enteró. Los diarios lo ridiculizaban en sus caricaturas. Y ya en Asunción, antes de morir la invitó, escribiendo: “venga, juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida”.

“Ese hombre, fue mi hombre”

Eso sostuvo Aurelia cuando se enteró que inauguraban un monumento al prócer. "Me alegra que lo recuerden, pero a mí no me va a gustar ver su figura tiesa, convertida en bronce. Porque ese hombre fue mi hombre. Yo lo abracé y lo besé”.

Aurelia morirá en 1924. Había nacido en tiempos de Rosas y fallecerá en la presidencia del radical Alvear. No fue sepultada en la bóveda de los Vélez Sársfield. La parentela no perdonó su osadía. Muchos años más tarde, en 1964, los herederos decidieron que sus restos fueran cremados y depositados en un nicho del que ni siquiera se anotaron los datos exactos de su ubicación. Finalmente, en el 2000, llegada la fecha de vencimiento administrativo del sepulcro y desconocerse quién había sido esa tal Aurelia Vélez, el destino de sus cenizas fue al osario común del Cementerio de la Recoleta. Que tristeza. Para Aurelia el VAR social llegó tarde. No solo la historia es ingrata con los grandes hombres de nuestra nación. También lo ha sido (y mucho más) con mujeres como Aurelia que pagaron caro el precio de hacer lo que sentían y decir lo que pensaban.

En tiempos de nuevas heroínas y de renovados próceres siempre sirve hacer una pausa y volver a recordar aquellos también apasionados defensores de la camiseta y la bandera argentina. El próximo 6 de diciembre Aurelia cumpliría 98 años de fallecida. Ojalá por ese día de diciembre también en pos de la patria futbolera allá lejos en Qatar sigamos en carrera.

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