Apuntes de siembra

El desafío de gestionar las emociones en nuestra vida cotidiana

Gracias a un largo camino recorrido, en las familias, empresas, colegios, medios de comunicación, etc., escuchamos hablar sobre las emociones. ¿Cómo acompañar mejor a los chicos en este camino?

Lic Magdalena Clariá y Mercedes Gontán domingo, 5 de septiembre de 2021 · 07:00 hs
El desafío de gestionar las emociones en nuestra vida cotidiana
Foto: Pexels

La inteligencia emocional ya está incorporada como habilidad esencial, Pero como es bien sabido, a veces del dicho al hecho… por lo que siempre es bienvenido un repaso sobre la cuestión, y sobre todo buscar nuevas estrategias para lograr acompañar a nuestros hijos en la gestión de sus emociones en nuestra vida cotidiana.

“Una madre oye que algo se rompe en la sala y al llegar se encuentra a su hijo de cuatro años, bate en mano, parado al pie de un jarrón roto. “¿Qué pasó?”, pregunta. Contrito y mirando para otra parte, el niño contesta: “Nada”. Cuando se trata de admitir emociones difíciles, con frecuencia adoptamos la misma estrategia del niño del bate. Si no admitimos que sentimos emociones, pensamos que podemos evitar las consecuencias de sentirlas. Pero tenemos más o menos las mismas probabilidades de ocultar nuestras emociones que el niño que trata de convencer a su madre de que no pasó nada con el jarrón. Los sentimientos son demasiado poderosos para quedarse pacíficamente embotellados…“ (Fuente: “Negociación. Una orientación para enfrentar conversaciones difíciles.” Stone, Patton, Heen. )

Las emociones no son buenas ni malas, simplemente suceden, nuestro desafío es nada más ni nada menos que reconocerlas, sostenerlas y gestionarlas. Imaginemos cuánto más grande es este reto para los más pequeños, y qué importante nuestro papel como adultos para acompañarlos en este camino.

La emoción es una alteración del ánimo intensa y pasajera, agradable o penosa, que va acompañada de cierta conmoción somática. Es una experiencia orgánica significativa que representa cómo vivo en relación a alguien o a algo.

En la teoría, parecen muy simples las ideas, y sabemos que las emociones están ahí, como el jarrón roto del cuento, sin embargo, en nuestro día a día a veces se nos olvida.

 “No llores, no pasa nada”, dice la mamá al chiquito que se acaba de caer de la bicicleta y mira con pánico su rodilla raspadísima. “No te enojes por eso con tu hermano, es una pavada”, le dice el papá a su hija mientras intenta concentrarse en su trabajo. “¿¡Cómo vas a tenerle miedo a la oscuridad!?, los monstruos no existen”, le intenta explicar la abuela a su nieto antes de dormir. Y así podríamos seguir, con un sinfín de frases que tenemos incorporadísimas a nuestro vocabulario, y que con la mejor de las intenciones, son la primera respuesta que a veces nos sale.

Sin duda, estos fueron tiempos especiales, donde las emociones de grandes y chicos estuvieron a flor de piel, y esto fue un enorme desafío para cada familia, pero también nos trajo una gran  oportunidad para profundizar y crecer en este aspecto.

La conducta y el comportamiento de los chicos, sabemos que son como esa punta del iceberg, que tiene una gran superficie escondida bajo el agua, y que a veces nos cuesta ver.

Cada una de las emociones tiene sus propias causas, y se expresa de manera diferente. Es importante recordar que las emociones son muchísimas, y aunque a veces nos centramos en detectar las emociones básicas, es bueno de a poco, ir profundizando para identificar que la alegría, la ira, la tristeza, el miedo, el asco y la sorpresa, también nos pueden hacer sentir eufóricos, celosos, vulnerables, preocupados, revoltosos, enérgicos, y tantas otras cosas más.

Los adultos tenemos que incorporar conversaciones en clave de emociones, que no tienen que ser grandes charlas, y que a veces surgen a partir de la simple pregunta “¿qué fue lo mejor y lo peor de tu día?".

Vocabulario emocional

Hoy elegimos compartir algunas ideas sobre tres emociones que creemos pelearon el primer puesto en el último tiempo, pero nos desafiamos a ir buceando dentro nuestro, y ampliando nuestro vocabulario emocional.

  • El enojo, surge a partir de un conflicto, un trato injusto o irrespetuoso, o una frustración. Desde lo más pequeño hasta lo más grande. Quiero seguir viendo dibujitos, quiero irme de viaje de egresados, me fue mal en el examen, me rompieron mi juguete preferido, quiero ir a esa fiesta, y tantas otras razones. Desde nuestro lugar, sugerimos poner el foco en intentar validar este enojo, haciendo que el protagonista se sienta comprendido. Es clave distinguir esta validación del sentimiento, de la conducta que se elige para expresarlo.

    “Veo que estás muy enojado, no es bueno que revolees cosas”, por ejemplo. “¿Qué se te ocurre que podrías hacer para sentirte mejor? (que no implique romper cosas ni lastimar a personas)”.

    El gran desafío para los adultos, es educar en esta tolerancia a la frustración, y a veces soportar nosotros este berrinche, y ayudarlos a descubrir sus propias estrategias para encauzar su sentir.
     
  • El miedo es esa sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario. Ya lo creemos que en este tiempo nos invadieron a todos los motivos para sentir miedo. En este caso es bueno, tener en cuenta los miedos propios de la etapa evolutiva de los chicos, y como decíamos, ser conscientes del contexto que estamos atravesando.

    Como padres nos interpela la necesidad de ser empáticos con la vivencia de nuestro hijo, respetando sus miedos, y no atropellando con argumentos lógicos (como ese de que los monstruos no existen). Hacerles preguntas abiertas, que los inviten a relatarnos su historia y compartirnos sus sentimientos. Asimismo, tenemos un lugar especialísimo que ocupar: ser sus refugios de conexión, estar disponibles para ellos y darles la seguridad que necesitan.  A veces, nos cuesta encontrar las palabras para esto, y un simple abrazo o gesto dice más que mil palabras.
     
  • La tristeza puede surgir ante una pérdida, nos genera melancolía, despojo y ansiedad. La encontramos en los procesos de duelo, en las pequeñas y grandes pérdidas.

    A los seres humanos nos cuesta soportar el dolor ajeno, pensemos lo incómodo que nos resulta por ejemplo, cuando alguien llora a nuestro lado. Cuánto más difícil nos resulta a los padres ver sufrir a nuestros hijos. Y qué importante poder sostenerlos también en la tristeza. Desde ya que con una mirada atenta, pero sabiendo que esto también pasará y que es parte esencial de su crecimiento.

    En la película intensamente, es muy interesante ver como a lo largo de la historia, el personaje de “Alegría” trata de hacer desaparecer a la “Tristeza”, para al final advertir que ella también era imprescindible. Es muy linda esta mirada, y es un trabajo cotidiano, que nos impulsa a valorar y agradecer lo que tenemos. Como escuchamos una vez, la vida se encargará de ser más bella que trágica.

Para terminar, estamos convencidas que la mejor manera de enseñar es con nuestro propio ejemplo. Para ello, los adultos tenemos que incorporar conversaciones en clave de emociones, que no tienen que ser grandes charlas, y que a veces surgen a partir de la simple pregunta “¿qué fue lo mejor y lo peor de tu día?, o frases como: “Te comparto que yo hoy me sentí…” La neurociencia nos explica cómo funcionan las neuronas espejo. Que nuestros hijos vean cómo intentamos y aprendemos día a día a gestionar nuestras propias emociones, sin duda es la mejor de las lecciones que podemos regalarles.

 

 

 

*Magdalena Clariá es Licenciada en Psicología y Mercedes Gontán, abogada, Mediadora y Orientadora Familiar. Juntas hacen Apuntes de siembra

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