Relatos eróticos

Aprender de grandes: el tiempo enseña nuevas habilidades

Un relato que construye una fantasía y también refleja una realidad. ¿Los hombres saben generar placer en las mujeres?

Redacción MDZ Online jueves, 14 de mayo de 2020 · 14:02 hs
Aprender de grandes: el tiempo enseña nuevas habilidades

Por Viviana Muñoz

 

Podría decir que mi cuerpo es otro ahora. Me he puesto en forma, sí. Me hice de un grupo de running, de esos con indumentaria dry fit y accesorios verde fluo. Hago yoga, meditación, sigo a guías espirituales y leo libros de mística aunque, más que nunca,  compro ropa compulsivamente. Me siento sola en las mesas de los bares de Arístides (de los de las cuadras de más arriba, claro),  y pido copas de vino. Hasta me descargué Tinder, sólo para mirar qué onda, pero en definitiva, me la descargué y está en mi teléfono. Me miro desnuda mucho más que vestida. Ahora me gusto. Soy la típica recientemente separada que tanto, tanto critiqué.

La libertad de la que me hablaban las solteras se comprobó en varios ámbitos: como el de llegar a casa y no tener que explicar a nadie la demora, como la de comer en la cama mirando una serie, como la de no cocinar a demanda o como la de hacer de mi casa un lugar de paso para cualquier amigo y a cualquier hora. 

Esas libertades sí se vieron inmediatamente, pero la importante, ésa que me animó a pasar al otro bando, no aparecía.

Retomar los encuentros sexuales de la soltería no es tan fácil cuando una ha perdido el timing. Y aunque tuve un par de encuentros que más que encuentros eran un partido de ellos mismos frente a un frontón. Puedo perfectamente no contarlos como tales. Yo pasada de copas y ellos cachetes colorados, ojos vidriosos, cero alcohol y cantando la victoria de ponerla, totalmente convencidos de que el objetivo estaba cumplido.

La verdad, el panorama que me había imaginado lleno de aventuras no aparecía. Mis amigas me decían que yo no veía las señales, que había luces por todos lados y yo simplemente no las interpretaba. 

Así es como una mañana, de ésas en las que el trabajo no fluye y dar una vuelta es lo más indicado para recuperar el entusiasmo, entré a ese local de ropa que me pierde; sólo para mirar.

Escuchá el relato en MDZ Radio

La chica de siempre, estaba, como siempre, chateando en su teléfono y cuando me vio entrar me sonrió y me dijo: hola diosa. Le sonreí y me puse a correr una a una las perchas exhibidas, buscando nada en concreto. 

Probate esto. Acaba de llegar, me dijo, mostrándome una especie de camiseta sexy de ésas que argumentan el precio en el diseño y nunca en la cantidad de material utilizado.

¿Te parece?, dije yo. No tengo edad para eso.

Con ese lomo? Dale, no te hagas. Probalo para vos aunque sea. O para mí. No hay nadie. ¿Ves?

Sin dejar que se diera cuenta de mi perturbación casi mojigata, le contesté canchera: obvio que me la pruebo.

Ya en el probador y con aquel body semi transparente puesto, me dije a mí misma: Sí, es para otra edad.... (Porque si hay algo de lo que estoy convencida es  que después de los 40 los escotes así de exagerados pasan de sexies a vulgares y las transparencias solo translucen que al final las harinas son parte esencial de la vida)  

En medio de mi análisis introspectivo, la chica, casi adentro del probador y con la cortina totalmente abierta, me dijo: ¿Y? ¿Cómo fue?

- Desmedido, dije yo, tratando de cubrir con los pocos centímetros de tela disponible la mitad de mi lola derecha.

- Yo creo que todos los tipos se volverán locos. Me dijo. “Yo me vuelvo loca”.

Dejame que te acomode. Ya cerré el local. Tranquila.

Fue en cosa de segundos, o al menos eso me parece ahora, que yo pasé de ser la señora burguesa que entraba a mirar ropa, a la mujer intrigada e inmovilizada ante esta niña sin demasiados preludios, con la cabeza a medio rapar que acomodaba ese escote imposible de contener con un contorno de más de 100 como el mío.

Decidida, me soltó más los breteles, tiró de la siza hacia arriba y acomodó el talle. Me miró con la frialdad de una experta. Pero luego, más blanda (o más conmovida) me deslizó el dorso de su mano por el pezón que entre el tramado casi agujereado de la tela, ya estaba afuera sólo que aprisionado por la red.

-Es perfecto, dijo. (Tal vez refiriéndose al diseño) mientras yo no podía evitar mi reacción física descaradamente visible que insistía en casi romper esa trama abierta y sugestiva.

Llegado ese punto, ése en el que uno a veces se encuentra sin retorno, decidí (o más bien decidió mi cuerpo), dejarme llevar. Y todo sucedió con la rudeza pertinente al lugar en donde nos encontrábamos (un probador, un lugar público, dos desconocidas, dos mujeres)…

Me dejé enseñar por esta niña hambrienta que parecía comerme por segundos para luego parar y contemplar mi experiencia de placer. Me recorrió y degustó sin dejar un centímetro de mí sin probar. Yo, caí en un tobogán de éxtasis, siendo consciente sólo de mi sudor y la humedad incontrolable entre las piernas. Fue intenso, descarnado, pero a la vez fluido y pacífico. Como esos ritmos que se bailan sin pensar en la coordinación. Bueno, parece que así es el sexo lésbico… Sutil, explorador, fácil.  Exploté sin poder contenerme dos veces seguidas y después de tanta tormenta pude recuperar la calma, la compostura y la culpa necesarias para dejar el lugar con una rápida despedida. (Lamentando saber que nunca más iba a poder volver al local para comprar esa ropa….)

No voy a negar que estuve días consternada, preguntándome si ese episodio me hacía gay de ahora en más. Pero cuando me volví a sentar en ese bar de Arístides, a pedir esa copa de vino y mientras esperaba disimuladamente que llegara ese tipo canoso, guapísimo, que siempre se sentaba en la barra, me di cuenta de que mi deseo en profundidad era de un varón.

Y ahí llegó él, con su look casual, demasiado estudiado tal vez para su edad, pero con los zapatos perfectos para asegurarme que era de esos tipos que entienden muchas cosas. Se sentó en la barra y como desde hacía ya un tiempo, intercambiamos miradas cómplices. Me hizo un comentario sobre mi varietal, se acercó y me invitó a degustar el suyo.

Así estuvimos, tomando y hablando.

Desde que se acercó a mi mesa supe que en poco rato estaríamos desnudos matándonos. También supe por el back ground de su apellido que posiblemente fuera de ésos que juegan la partida solos en un frontón pero ahora yo tenía una master class encima con la que tal vez podría enseñar a algunos tipos de esa edad a coger bien a las mujeres. 

Archivado en