Para reflexionar

¿Cuánto conocés realmente a tu pareja?

Escuchá aquí un relato de una experiencia con la que te vas a identificar. Por Viviana Muñoz.

MDZ Radio
MDZ Radio viernes, 31 de julio de 2020 · 19:00 hs
¿Cuánto conocés realmente a tu pareja?

 

Por Viviana Muñoz.

Se asomó por la ventana para ver si todo era cierto; como para dar crédito
con sus propios ojos de la magnitud de tal amenaza. Era un hecho: el
silencio, como un dictador, se había instalado en cuestión de horas en
toda la ciudad.

No había un alma en las calles. Hasta vio a don Luis cerrando el kiosko
apurado y recién eran las 6 de la tarde. Cuando levantó la vista para cerrar
la cortina Marcelo cruzó una mirada con la vecina del departamento de
enfrente, ésa con la que la vida, aparentemente, no había sido tan
generosa y andaba siempre envidiando la vida de los otros.

Ella, como él, parecía querer dar crédito, con sus propios ojos, de aquella nueva
realidad.  Se quedó un instante ahí, intentando comulgar su angustia con
ella, pero a cambio obtuvo una sonrisa de triunfo que no comprendió.
Cerró la cortina y miró a Paula que con un solo gesto le dio el ánimo que
necesitaba. Parecía estar viendo una oportunidad para afrontar esta
novedad y la verdad, le venía bien el empujón de optimismo.
Apagó el televisor harto de la misma noticia en todos los canales.

De un vistazo, dio una recorrida general del departamento como calculando las
dimensiones, fue en ese momento que un cronómetro imaginario se
instaló en su cabeza. No vendría mal quedarse en casa, descansar de la
rutina, dejar ese esquema de horarios que le venía sacando la energía los
últimos años. Esto podía ser también una aventura ¿no?

El cronómetro comenzó a correr al día siguiente, al tiempo del
despertador que olvidó desprogramar. Se levantó temprano como
siempre sólo que permitiéndose desayunar más tranquilo intentando un
home office en el que sólo había incurrido pocas veces para tareas poco
importantes. ¿Cómo se comparte un Drive? Una ráfaga de aire frío lo desconcentró:

Paula había abierto todas las ventanas iniciando una
limpieza general.

Se tomó el día uno como el primero de un reality que según decían, no iba
a durar mucho. Y así, como en una danza armónica, comenzó ese “Juntos
a la par” de aquella canción que siempre los había emocionado. Tomando,
los dos, toda esta locura como un tiempo para renovar algunas cosas en
casa y, de paso, esos votos matrimoniales que habían olvidado con los
años.

El amor todo lo tolera…Marcelo recordaba al cura para poder soportar esa
presencia permanente limpiando su sombra, y ese tono de voz en ella que
se iba haciendo más agudo con el paso de los días, el mismo que en un
volumen ahora amplificado por el encierro lo hacía correr sobresaltado
hacia la habitación sólo para mostrarle esa remera que él había prometido
tirar.

Paula entusiasmada con la posibilidad de cumplir su deseo de familia
unida y feliz recordaba también aquella ceremonia: “El amor es fortaleza”
mientras veía a Juan practicar budines en toda la pared de la cocina. O
amasar pastas por primera vez en su vida invitando a los chicos a guerritas
de harina.

Descubría con los días a ese hombre nuevo irreconocible ya, que había
mutado su barba de tipo recio a la de judío ortodoxo, recurriendo a
tutoriales para todo, que le fallaban siempre en el primer intento, dejando
en suspenso el arreglo y el orden de las herramientas. 


“El amor es comprender al otro”, pensaba ella, viéndolo publicar
compulsivamente todo lo que cocinaban en casa, aferrado a su teléfono
perdiendo cualquier criterio para enviar memes, enganchándose hasta la
madrugada con Las Chicas del Cable.

El cronómetro descontaba días lentos, ellos recopilaban a alta velocidad
defectos del otro. ¿En qué momento ella había decidido tejer toda la casa? ¿Y de dónde
había sacado que él era un acumulador compulsivo? ¿Cuántos disparos
más de alcohol al 70 podría esquivar cada vez que abría la puerta?


Marcelo, de nuevo en el sillón, recordaba con melancolía a su grupo de
amigos con el que habían intentado un asado por Zoom sin suerte. 

Pasaba el día corriéndose de ambiente en ambiente para no molestar al trapo de
piso. Sabiendo que si intentaba ayudar se equivocaría de cajón.
Apiadándose en silencio de los que salían con prisión domiciliaria.

“El amor es comprensivo”, se recordaba Paula al verlo abrir la heladera
una vez y otra vez y otra, soñando encontrar algo que hacía diez minutos
no había encontrado, con el brazo apoyado en la puerta y la
luz iluminándolo desde adentro, avivando su figura que cambiaba día a
día. “El amor es comprensivo”, se repetía, al verlo dar vueltas por toda la
casa sin plan, metido en esos joggings imposibles de rescatar para
lavarlos.

Marcelo mostraba ya una abulia que no era capaz de reconocer, síntoma
seguramente de la abstinencia de los cortados medianos de cada día, de
las juntadas de los jueves, del “fulbito”. Había perdido toda su libertad e
incluso el respeto por cualquier idea doméstica que él pudiera sugerir.
Entre sus deseos Paula había recuperado esa casa con todos adentro, con
los hijos presentes, con el marido compañero y con el control sobre toda
la familia. Y arrepintiéndose de los deseos concedidos, empezaba a
aceptar que tanta presencia la había dejado sin espacio personal, sin
computadora y sin wifi. 

Pero mientras ese cronómetro descontaba, la vida juntos también les
devolvía. Les sumaba más platos sucios, más ropa amontonada, más
sillones para tapizar. Les daba, por ejemplo, una idea más cercana de
quien era el otro.

“En las buenas y en las malas” pensaba Marcelo sospechando que la
alimentación de este último tiempo podía estar influyendo en la pérdida
de su libido.

“En la salud y en la enfermedad” pensaba Paula cada noche entre las
sábanas sabiendo que él le pediría lo de siempre: un antiácido.  
Y así “en la alegría y en la tristeza” convivieron la neurosis con la desidia
redescubriéndose en esos dos que desde hacía años no vivían juntos.
Marcelo se asomó a la ventana, buscando alguna señal de cambio o algún
vecino para denunciar.

Don Luis no había vuelto a abrir. El silencio seguía
mandando en la calle. Levantó la vista y se cruzó otra vez con la mirada de
su vecina que sonriéndole triunfal cerró su cortina habiendo perdido su
morbo de envidiar a los demás. Prendió la tele y se enteró de la noticia
más esperada: podrían salir. Calculó.

Por suerte hoy no le correspondía.
Miró sus joggings acartonados, volvió a medir su departamento y recordó
ansioso el estreno de la nueva temporada de Dark, mientras vio a Paula
agarrar las llaves e irse.

Saltó con cuidado sobre el piso recién repasado, se lavó las manos una vez
más, claro, y se instaló en la cocina para ensayar ese budín de limón y
amapola que acababa de ver en un tutorial.

 

 

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